Opinión

Nada es lo que parece

ENTRE EL incremento del hambre y las bombas de precisión en Yemén, utilizadas por Arabia Saudí y vendidas por España, van aconteciendo los últimos meses y años. Por una parte, la FAO asegura que las cosas no han ido nada bien en la lucha contra el hambre durante 2017. El incremento de todos los niveles resulta imparable. Bien sea por conflictos armados o por los efectos del cambio climático la raíces de una de las principales amenazas para el ser humano están debidamente identificadas. Hecho que no significa que vayan camino de solucionarse. Al contrario. El hambre en el mundo se hace fuerte tras varios años retrocediendo pasos porque las medidas adoptadas, en la actualidad, a nivel internacional, circulan en sentido contrario: las economías más potentes del planeta no dan signos de querer variar el rumbo de las cosas y buscar en la Agenda 2030 un referente inquebrantable. Un compromiso prioritario. Por desgracia, esta es la visión más extendida. Con acuerdos alcanzados, en las grandes cumbres, que se van diluyendo con el paso del tiempo a base de ser pisoteados por reiterados incumplimientos. Perdiendo así la consistencia inicial del mismo modo que las burbujas de una botella de cava, descorchada la noche de fin de año, y que se trata de conservar en el refrigerador con la intención de servir durante las primeras cenas del mes de enero.

Por otra parte, la industria armamentística española quiere ahora ponerse un abrigo muy fino para combatir el gélido frío de la crítica social. No solo se trata de un país productor sino que también hablamos de un proveedor de armas utilizadas en escenarios de conflicto como Yemen o Palestina. Los principales clientes son Arabia Saudí o Israel. Una circunstancia denunciada en varias ocasiones por ONGs de Derechos Humanos en la que ha quedado más que probada la complicidad, a pesar de los ingentes esfuerzos por vender el lamentable mensaje de que importamos armas inteligentes. ¿Quién ha comprado tal argumento? Nadie. Mientras tanto, el descrédito del gobierno de España ya ha alcanzado una velocidad de crucero que, pasados cien días de la llegada de un presidente socialista al Palacio de La Moncloa, ha provocado varios episodios de colapso en el sistema de frenado por una alta concentración de incoherencia política en cuestión de semanas. Primero, con la llegada del barco Aquarius al puerto de Valencia, cargado de personas rescatadas en el Mediterráneo Central, cuando días después se produce una devolución en caliente a Marruecos de inmigrantes que habían saltado la valla fronteriza de Ceuta. Segundo, tras el intento de suspender la venta de armas que duró unas horas ante las presiones y amenazas de Arabia Saudí de romper el contrato de construcción de varias fragatas militares que habían sido encargadas a varios astilleros de la península.

En resumen, jugar al buenismo con los derechos humanos suele tener estos decepcionantes resultados. Y, ya se sabe que, en política, nada es lo que parece.

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