Opinión

Nada nuevo bajo el sol

ESCRIBIR SOBRE la realidad de los refugiados es similar a gritar, con todas las fuerzas, en medio de la nada. Es lo mismo que dejarse las cuerdas vocales en un desierto de insolidaridad. En ese lugar donde nadie escucha porque la sordera colectiva no es más que el remedio recomendado por la inacción política; por aquellos que pueden y no quieren hacer nada o casi nada ante la continua llegada de personas huyendo de la guerra, el hambre o la miseria que sitia sus vidas. En definitiva, la máxima manifestación de la pobreza. No es fácil aportar algo nuevo cuando todo lo que ocurre a orillas del Mar Mediterráneo parece haberse estancado en el tiempo. Cuando la fotografía se repite a diario. Cuando el horror ha echado el amarre en el puerto de una Europa fría, distante, indiferente al presenciar uno de los mayores dramas humanos del Siglo XXI. Decisiones vacías de determinación que vomitan egoísmo ante la resaca que deja el paso de una nueva noche de fiesta económica en el viejo continente. Evitar las acogidas a toda costa. Rechazar de forma masiva las peticiones de asilo. Esquivar las obligadas responsabilidades, que acaban en el patio del vecino llamado Turquía, han sido las prioridades desde que la guerra llamó a las puertas de las miles familias, primero en Irak, después en Libia y ahora en Siria. La situación resulta fácil de entender: se lanzan al agua empujados por la desesperación de quien siente la amenaza de la muerte paseándose por todas las esquinas. Encuentran en la arriesgada travesía el hilo de esperanza que da sentido a una huida hacia adelante. Cara a la orilla de enfrente donde la balas no silban pero si lo hace la indolencia política ante la escena de miles de chalecos de color naranja implorando generosidad al resto del mundo. Solo el inalterable compromiso de las organizaciones no gubernamentales se convierte en esa mano amable que recibe a quienes, mientras mezclan en sus pulmones agua salada y un poco de oxígeno para dar la siguiente brazada, aguardan un poco de comprensión. El abrazo de un amigo desconocido. Una oportunidad a la que aferrarse y dejar la estela de la desgracia en el pasado. Rebeldía ante el desafío de morir. Un anhelo al que, en la misma situación, aspiraríamos cualquiera.Pero, la realidad es demasiado testaruda: en las últimas horas, hemos tenido que digerir otra tragedia con al menos 31 personas ahogadas al caer de una embarcación a unas 30 millas de la costa de Libia. Desgraciadamente, otra jornada no hay nada nuevo bajo el sol.

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