Opinión

Noviembre

YA ESTÁN tocando a la puerta de casa. O, más bien, en esta ocasión, para ser más exacto, el hecho ha ocurrido en el muelle más próximo a nuestra propia realidad. Amotinados en un barco mercante, siete ciudadanos de origen sirio imploraron solidaridad a un gobierno sordo como el de España. Solicitaron la condición de asilo por miedo a perder la vida en un hipotético regreso a su país. A volver a una zona donde la paz se encuentra en paradero desconocido. A retornar a un lugar en el que las bombas y las balas han convertido en un oscuro laberinto resistir día a día. De ese letal escenario han huido. Llevaban enrolándose en diferentes mareas durante un año. Partieron de Turquía hasta arribar a Galicia. Surcaron diferentes mares con el único objetivo de reconquistar el territorio de la dignidad. Y, en el puerto de Marín, decidieron gritar al mundo que ya no aguantaban más así. Que su deseo por dormir a pierna suelta, con los dos ojos bien cerrados, es tan solo un derecho humano y no una utópica ilusión. Que alimentarse tres veces al día no puede ser un lujo inalcanzable sino una necesidad asegurada. Que la oportunidad de vivir debe imperar por encima de la de morir. Y, hasta hace una semana, la crisis de los refugiados se había convertido en un fenómeno televisivo que era observado desde la comodidad del sofá: entre noticia y noticia. Pero, este mes de noviembre de 2016 ha querido marcar la diferencia después de cinco años de conflicto. Se ha emancipado. Ha sido ese hermano rebelde de la familia al exponer, con todo lujo de detalles, de que va el mayor problema humanitario de la Europa del Siglo XXI. Siendo testigos directos de una imborrable infamia.

Comentarios