Opinión

Pepe Mújica

POCAS PERSONAS que entran en el mundo de la política salen mostrando la misma o más coherencia que cuando llegaron. Desgraciadamente, el caso de Pepe Mújica no es muy común. No tiene demasiados precedentes que lo conviertan en algo habitual. Una excepción ante la norma. Un claro síntoma de que las cosas no van demasiado bien desde hace tiempo. Medio mundo se ha quedado sorprendido porque un político deje la política por voluntad propia, renunciando a todos y cada uno de los privilegios y las comodidades que concede el acta de diputado o senador, y no le echen los resultados electorales. Uno de los grandes referentes abandona. Ese espejo, que incomoda a muchos y muchas que interpretan la política como un asunto más personal que colectivo, necesita dosificar sus mermadas energías para afrontar los últimos repechos de la vida. Entiende que su tiempo es pasado y no presente. Asume que el turno debe ser para las nuevas generaciones. 

Por eso, estos días materializaba una intención que ya había anticipado: cerrar su etapa como senador. A través de una brillante y emotiva carta transmitió su deseo expreso de dejar paso a otros en el lugar que ocupaba en la alta institución uruguaya. Aparejada a esta decisión también se encuentra la renuncia a cobrar prestación alguna por haber pertenecido al Senado. Se limitará a recibir aquello que le corresponde en la pensión de jubilación. Ni un peso más. A sus 83 años de edad reconoce haberlo dado todo por cambiar el mundo, para convertirlo sin conseguirlo en lugar más confortable y ecuánime para todos, y no para unos pocos.

Busca refugio en su espacio más personal para agotar los años que le restan dedicado a lo suyo y a los suyos. Mújica, el ex presidente uruguayo; ese ser humano que demostró que la coherencia, la sencillez y la esperanza son reales –y no bonitas palabras– deja atrás un recorrido vital que le llevó a la oscuridad de las cárceles durante quince años por su fidelidad a la democracia, a las libertades, a la lucha contra la pobreza, a la solidaridad y a los derechos humanos durante la denominada dictadura cívico-militar. José Mújica siempre sostuvo la idea de utilizar la vía política para cambiar las cosas. Huyo de tentaciones y de la seductora erótica del poder. Nadó contracorriente buscando la reacción y la difícil adhesión de otros.

Desde lo más al sur del cono sur, un pequeño hombre de enorme e incontestable legitimidad le dice, con cierta vehemencia, al mundo que el camino escogido no es el correcto. Que de persistir en lo mismo solo seguiremos girando alrededor de un mayor número de sufrimientos y desastres humanos. Y a renglón seguido añade que: la solución está en nuestras manos. En mejorar nuestro comportamiento global. En gestionar y rebajar al mínimo el nivel de egoísmo y codicia individual. Un sabio discurso que sostiene un viejo, respetado y admirado, que ahora pasa sus días en una modesta granja ubicada en Rincón del Cerro, en Montevideo. Dicen que, allí, el paso del tiempo también parece inexorable. Incluso para José Mújica.

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