Opinión

Pobre

PASAN LOS años, y hasta las décadas, y las fronteras que separan a Europa de África persisten en actualizar la fotografía de la injusticia humana entre la vida pudiente y la supervivencia a la pobreza. De forma cíclica, las vallas metálicas y punzantes tratan de ser libradas con un salto ingenioso y algo de fortuna. Se busca pisar un territorio para abandonar otro. Dejar atrás la opresión del hambre para encontrar un resquicio de oportunidad. Pero, entre medias, pasan muchas cosas. Entre ellas que los estados de Marruecos y España no pierden un segundo en revisar el cumplimiento de los derechos humanos en sus actuaciones policiales. Que ambos son cómplices de la vergonzante práctica de las ‘devoluciones en caliente’, un método efectivo que desgraciadamente ha dejado de ser una novedosa noticia para convertirse en una rutina difícil de comprender. Que las personas que huyen de la inmundicia de sus países han acabado siendo gélidas cifras de inmigrantes que se cuentan por decenas o centenares cada jornada. Que la tozuda realidad sigue enseñando, sin tapujos, sin disimulos, que no es lo mismo vestir una piel de color negro que una de color blanco. Y que queda demostrado que se puede ser de todo menos pobre. Porque el mero hecho de serlo está siempre penalizado con grandes dosis de discriminación mezcladas con algo de marginación. Ante esto, según parece, el reconocimiento de ser humano o inhumano ya solo depende del grosor de la cartera; eso, siempre, en el supuesto caso de tenerla.

Comentarios