Opinión

Preciados tesoros

RECORRER las calles es toda una rutina. Lo hace en las horas de mayor oscuridad. Al caer el día, inicia una exhaustiva ronda por lugares donde la exclusión social trata de imponerse por la fuerza. Tiene la convicción que salvar a los menores del abismo es sinónimo de preservar el tesoro más preciado de una sociedad: el futuro.

Mouhsen Homan es un comprometido e incansable trabajador social en el norte de Marruecos. Desde hace varios años dedica buena parte de las noches a localizar a niños en las zonas más deprimidas de la ciudad de Tánger. A partir de esta incombustible actividad nace un proyecto de asistencia y atención a la Infancia que se ha ido ampliando con el paso del tiempo, en un país en el que ser menor y tener oportunidades no suelen ir aparejados.

La mañana que le conocimos vestía una sonrisa indeleble en su oscuro rostro. Hacia bastante calor. Él bromeaba con este asunto porque considera que el buen humor es un recurso fundamental para afrontar los problemas sociales. De hecho, acababa de terminar una intensiva madrugada por las calles donde la inocencia infantil se pasea sin rumbo. Nos recibió acompañado de Radja, una joven obrera del textil que esperaba tener hijos en el futuro.

Todo empezó con una batida semanal en el área portuaria. Más tarde, tuvieron que ampliar el número de días… Moushen y un amigo recorrían varias veces la ensenada. “Buscábamos niños que, por múltiples razones, no estaban con sus familias en casa”. Reitera de los peligros para un niño al estar alejado del control de los padres. “En su mayoría, pertenecen a familias desestructuradas por que el padre se desentiende y la madre tiene la obligación de trabajar muchas horas”.

En los inicios de este proyecto de asistencia social, el principal objetivo era retirar a los críos de los acuciantes riesgos en las calles como el consumo de pegamento. “No resulta raro ver a chiquillos esnifando de una bolsa en pleno paseo marítimo o aledaños”, dice Moushen. A esto, que sirve de puerta de entrada al mundo de las drogas, con los consiguientes daños para el crecimiento e integración del menor en una vida normalizada, se deben sumar otras amenazas como el secuestro o los continuos altercados con la policía.

Lamenta los incontables casos en los que han intervenido, en estos años, con una absoluta falta de apoyo. “Son numerosos. Todas las noches, desgraciadamente, nos encontramos con alguno”. Moushen denuncia que él y su equipo también suelen ser objeto de detenciones. Han llegado a pasar muchas horas en los calabozos de alguna comisaría porque “esta actividad no está permitida. No nos dejan ayudar a los niños. Dicen que no estamos autorizados para ello. Quieren tapar un realidad”.

Durante un tiempo “no se podía hacer más que dejar a los pequeños en casa, y poco más”. A partir de ahí, se valoró la posibilidad de impulsar un proyecto destinado a la atención intensiva de los menores que, por motivos económicos, sociales o familiares, no podían cumplir con el proceso integral de escolarización.

Fue, entonces, cuando se decidió a legalizar una asociación y poner en marcha un centro de educación, orientación y tiempo libre para niños y niñas. Se hizo en el humilde barrio de Bir Chifa, donde el bajo de una casa acabó convertido en una referencia no solo para los menores de la calle sino también para las propias familias sin recursos.

La iniciativa cargó de grandes responsabilidades sociales, humanas y a veces policiales también a Moushen. Pero, él tenía claro que la prioridad en todo aquello era cuidar y proteger la inocencia de unos pequeños tesoros que corría el riesgo de malograrse entre calle y calle.

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