LlEGAMOS A sentarnos ante la mejor representación de la historia de una nación. Delante de quienes, siendo menores de edad, se integraron en un ejército revolucionario que logró aplacar la opresión y los abusos en un país, que en la década de los 70, fue convertido en un enorme cuartel militar de dictadores asfixiantes. El Salvador sigue mostrando las dos caras de un mismo conflicto pero, a diferencia de España, aquí las heridas comenzaron a cicatrizar horas después de firmar unos históricos acuerdos de Paz. Una ejemplar demostración de cómo a base de voluntad y generosas cesiones, por ambas partes, un pueblo puede regresar a una convivencia de reconstrucción amable. Para ello, fueron necesarios diez años y muchas bajas en el frente, en los cerros, en los pueblos o en las comunidades. Entre ellas, Nuevo Gualcho, ubicada en el municipio de Nueva Granada. Allí, un pasado marcado por la resistencia, los refugiados y la reorganización social ha edificado su presente. En nuestro interés por atender a cada una de las vivencias contadas por personas veteranas, de todo aquello, solo escuchamos palabras que sonaban a música colectiva anunciando el entierro del individualismo. Ante a aquel sepelio del YO, más absoluto, había concertado un frente común a favor de una envidiable red de solidaridad contra la pobreza. Una de esas idílicas visiones (casi perfecta) de vida comunitaria, con residencia en un humilde rincón de Centroamérica, que ahora ya exige el derecho a expandirse a otros lugares del planeta sin pedir permiso al capitalismo reinante.
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