Opinión

Yasmina: la nueva aliada de Malala

TODAS LAS mañanas ha despertado en una familia muy singular. En una de esas en las que ellos no estaban, nada más abrir los ojos, para brindarle un cariñoso: "buenos días". Donde no ha tenido la humeante taza de leche con galletas sobre la mesa, después del primer beso del día, preparada por las cálidas y curtidas manos de mamá. En un frío lugar en el que nadie se ocupaba de esperar a la puerta de un colegio. La infancia de Yasmina ha sido distinta a la de otros niños. Se podría decir que, como rezaba la mítica canción Walk on the Wild Side de Lou Reed, discurrió por uno de los oscuros lados de la vida. Paseando por esa acera en la que la soledad trata de suplantar la figura de mamá o papá aprovechando las tristes ausencias. Y lo peor: lo consigue. No disfrutó del sabor y el calor de un hogar estructurado. Uno de esos en el que atrincherarse en la habitación se convierte en uno de los primeros peldaños hacia la emancipación.

Nada de eso ha ocurrido en la realidad de Yasmina. Las circunstancias de vida de su padre acabaron por empujarle a ella y a su hermano a formar parte del proyecto de Aldeas Infantiles

Nada de eso ha ocurrido en la realidad de Yasmina. Las circunstancias de vida de su padre acabaron por empujarle a ella y a su hermano a formar parte del proyecto de Aldeas Infantiles. Durante doce años fue tutelada y atendida por esta prestigiosa ONG hasta alcanzar la mayoría de edad. Estos días, Yasmina ha seguido los pasos de la universal Malala. En el Foro de Juventud del Consejo Económico y Social de Naciones Unidas, celebrado en Nueva York, ha defendido que los hermanos en estas situaciones como la suya no deben ser nunca separados. Que no existe un motivo de peso para privar a un hermano de otro. De utilizar razones políticas o administrativas para amputar sentimientos tan humanos como el del arraigo. En el mismo alegato reivindicó a la comunidad internacional "escuchar lo que los niños tengan que decir". Desde luego, a estas alturas, el sonido de esta clase de demandas no deja de ser, cuando menos, curioso. Que todavía continuemos escuchando esta clase de exigencias resulta una ofensa a la inteligencia con la cantidad de ríos de tinta que precisó la elaboración, entre los años 1959 a 1989, la Convención sobre los Derechos del Niño. Permanente, incumplida, vulnerada e, incluso, obviada. Y, ¿qué eco tendrá esta demanda entre los gobiernos como el de España? Algo nos hace intuir que la receptividad del mensaje será más bien escasa. Por no decir: nula. Podemos vaticinar que caerá al vacío de las buenas intenciones. A pesar de ello, Yasmina se ha licenciado en la ONU como un nuevo referente. Se ha convertido en la Malala de acento español. ¡Mucha suerte!

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