Opinión

Lo que Mario esconde

SÓLO ESTUVE con Mario Conde una vez y se me vino abajo un mito estético. El maestro de la gomina apareció en la sala de entrevistas de la Axencia Galega de Noticias con más nieve en las hombreras que la que se llevaría Charlie Sheen a un retiro de fin de semana en la mansión Playboy. Lucía uñas de guitarrista flamenco y tenía la ropa muy arrugada. Se le cayó un poco de azúcar fuera del plato del pocillo y estuvo un rato jugando a aplastarlo sobre la mesa mientras contaba -otra vez- esa conspiración terrible que sufrió porque él no se llevó "ni un duro". A mí me estaba poniendo malo ver a un adulto, allí, ras-ras, haciendo azúcar glass sobre una mesa que iba a quedar pegajosa y caramelizada. Supongo que tenía un mal día y que por eso venía tan desaliñado. Y, claro, no he podido evitar acordarme ahora de todo esto, justo cuando lo han dejado planchado por maquillar operaciones de blanqueo a través de una empresa de cosmética. Otro mal día, supongo.

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