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La verdad también se inventa

Una de mis felicidades a la hora de escribir es sembrar la duda de qué es real y qué es inventado. con el tiempo, ni yo sé distinguirlo

ME GUSTA trabajar con fragmentos de realidad; secciones, trozos, casi escombros. A veces incluso me conformo con polvo, partículas flotantes, más o menos invisibles. La realidad entera acaba pareciéndome demasiado pesada, e indescifrable. Yo nunca podría escribir una biografía. Ni siquiera una autobiografía. Bueno, tal vez una autobiografía sí, porque para hablar con rigor sobre mí sería inevitable emplear la ficción, pues eso diría mucho más de mí que la realidad completa y cruda. Necesitaría inventar algunas cosas para decir la verdad. Aunque en ocasiones ni siquiera inventas; robas. Las vidas de algunos de mis personajes, incluso cuando el personaje soy yo mismo, están plagadas de episodios de otras personas, conocidas, o vagamente conocidas. Los escritores estamos practicando trasplantes continuamente. Escribimos con una mano prestada, o con un zapato de otro, o con el codo de un amigo.

La realidad a secas resulta casi inhabitable. Nos acostumbramos a ella porque nos acostumbramos a todo. Pero en su peor versión, no posee mucho más tono que un chicle que se mastica durante horas. Cuando la escribes, los dedos tienen que hacer demasiado fuerza para penetrar en ella. En cambio, los fragmentos son más manejables. En los espacios vacíos que quedan entre unos añicos y otros es casi siempre posible un descampado próspero, en el que se puede actuar con una gran libertad. "Cuenta la verdad, pero cuéntala de soslayo", recomendaba Emily Dickinson.

Contar mentiras muestra nuestros sentimientos más profundos acerca de la vida

Una de mis felicidades más íntimas a la hora de escribir es sembrar la duda de qué es real y qué es inventado. De tal modo que, cuando pase el tiempo, y mi memoria flaquee, y de hecho ya flaquea, ni yo sepa distinguir una parte de la otra. Dejar a un lector desasosegado con esa duda es un placer mayúsculo. Los libros que me interesa escribir se sitúan en la frontera entre distintos géneros. Lo que quiero es el mundo real, con todas sus anfractuosidades, pero el mundo real plenamente imaginado y hecho escritura, no solo reportaje. Mi vida real se ha perdido en los intersticios que se abren entre mi persona y mis libros.

"La verdad también se inventa", sostenía Antonio Machado. No habita solo en los hechos puros y duros. La ficción le proporciona otra dimensión, más amplia. Mover los límites de la realidad es una aspiración propia de la literatura, que recurre a las historias imaginadas. Después de todo, también en criminología, antropología forense, paleontología o arqueología, se elaboran continuamente conjeturas, y se imagina lo que pudo pasar realmente.

En cierta ocasión le preguntaron a Onetti cuándo había empezado a escribir, y respondió que no lo recordaba, aunque sí sabía que desde los doce años le tomó gusto a mentir. De su respuesta se deducía que mentira y literatura estaban íntimamente unidas. John Cheever apuntaba en la misma dirección cuando aseguraba que, en lo que respecta a mentir, la falsedad era un elemento fundamental de la literatura. Parte de la emoción de que le cuenten a uno una historia procede del hecho de ser engañado o seducido. Contar mentiras es una especie de juego de manos que muestra nuestros sentimientos más profundos acerca de la vida.

Cuando las cosas se ponen difíciles, es común recurrir a la mentira. Y en literatura las cosas siempre acaban poniéndose difíciles. De hecho, es bueno que se pongan difíciles. Cuando escribes procuras ir al encuentro de aquello que se te va a resistir. Buscas problemas. Hay casos en los que un placer consiste en acometer un riesgo que puede acabar con tu vida, como surfear una ola gigante. O simplemente en hacer frente a un obstáculo superior a tus fuerzas, por puro gusto. Nada más emocionante, por ejemplo, que escribir una novela que no sabes escribir. Simplemente empiezas y continúas, ignorando cómo se redacta cada nueva frase.

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