Blog | Permanezcan borrachos

Tu coche y tú

DURANTE MUCHOS años quise tener un Volkswagen Golf GTI MkII. Comenzaban los años noventa, entrabas en la universidad, y unos días soñabas con tener ese coche y otros con comprarte tu primer ordenador, para volverte un escritor diferente al que eras cuando escribías a máquina, más silencioso, y sangriento, con inclinación a pulsar la tecla "borrar" y suavemente eliminar frases enteras. Después de todo, a los 20 años escribir consiste en llenar páginas sin parar, maravillosamente escritas, para luego arrojarlas a la basura, porque no se puede escribir peor.

Aquel Golf GTI MkII era ‘el coche’. En una determinada etapa, para mi generación, ese vehículo representó lo máximo a lo que se podía aspirar. Ni las zapatillas Air Jordan, ni entradas para Depeche Mode o Bruce Springsteen, ni el hachís de Marruecos. Nada se comparaba a tener un Golf GTI MkII. Acababas estableciendo con el vehículo una relación filial, de hermanos. Incluso de pareja.

Aún transitábamos por esos años en los que podías fiarte de tu coche. No importaba si una tarde te dejaba tirado en mitad de la nada, en una carretera secundaria, viendo salir humo del motor. Los coches representaban todavía un símbolo al que rendir pleitesía. No necesitabas bandera, ni escudos, ni patrias, pues tenías tu vehículo. El Golf de los noventa era una nación, casi un Estado.

El Golf GTI MkII era, para mi generación, el 'coche'. En una determinada etapa, representó lo máximo a lo que se podía aspirar

Cuando las prisas todavía representaban un extraño fenómeno, que casi implicaba cierta modalidad de lentitud, la avería del coche desencadenaba un pequeño contratiempo, nunca un drama. La vida representaba una sucesión de segundas y terceras oportunidades, pues recién estabas empezando a disfrutar de ella. Con un poco de suerte, la avería se reparaba fumando medio paquete de Lucky Strike, sentado en la cuneta, mientras esperabas a que se enfriase el motor y saludabas con nihilismo a los conductores que tocaban el claxon cuando pasaban a tu lado sin parar, como unos hijos de puta. Qué más daba si no llegabas a tu cita, y si esta era ineludible. No había nada ineludible, demonios. Lo ineludible era estar con tu coche averiado. En el momento menos pensado, siempre funcionaba. Sin saber por qué, ni cómo, se ponía en marcha y podías llegar a tiempo a los sitios en los que nadie te esperaba.

No parecía que aquellos coches pudiesen acabarse un día. Todavía eran años en los que todo duraba para siempre. Fuese lo que fuese. En casa de mis padres aún guardo camisetas y sudaderas de finales de los ochenta. No hay una razón moral para tirarlas. Están nuevas, en cierto sentido, como si fuesen herederas de aquellas otras prendas, más imperecederas todavía, inasequibles al paso del tiempo, que usaban nuestros antepasados. Recuerdo el día que mi abuelo tomó el autobús a Verín, que tardaba hora y media en completar diez kilómetros, entró en Moda Recadero, donde los dependientes se entretenían contando los segundos de memoria, y al primero que se le acercó, le dijo: "Quiero un traje para toda la vida, ¿tienen?". Naturalmente que tenían. Le tomaron a conciencia las medidas, con una lentitud exasperante, pero perfecta, y dos semanas después tenía un traje nuevísimo, para toda la vida, con el que lo enterramos cuando llegó el momento.

La duración era un derecho que valía tanto para un traje como para un coche. Tengo un primo segundo que nunca quiso deshacerse de su Golf GTI MkII. Cambió de coche varias veces, pero nunca dejó de estar enamorado de su viejo Golf. Lo aparcó en un cobertizo de sus padres, en el pueblo, y cada vez que va a visitarlos, después de los besos, deja la maleta encima de la cama y se marcha en busca del coche. Le quita la lona que lo protege y acaricia la carrocería y, en un momento álgido, le pregunta qué ha estado haciendo desde la última vez. Después le cuenta que él se ha divorciado o se ha vuelto a casar, y que lo han ascendido en la oficina o bla bla bla. Antes de despedirse le asegura que algún día volverá a darlo de alta en la Dirección General de Tráfico, pagará el seguro a terceros, y se irán juntos a recorrer el país, solos los dos.

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