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Alcoa y el relato del miedo

Solo queda intervenir otra vez el precio de la energía para evitar cierres en A Coruña y Avilés

Trabajadores de Alcoa se manifestaron frente a la planta de A Coruña. CABALAR (EFE)
photo_camera Trabajadores de Alcoa se manifestaron frente a la planta de A Coruña. CABALAR (EFE)

INESPAL nació de una suspensión de pagos. Dos años después de su puesta en marcha, allá por 1982, lo que en ese momento era un reluciente complejo de Alúmina-Aluminio presentaba concurso de acreedores. El INI, entrenado en el rescate de empresas agonizantes (caso de Astano, sin ir más lejos), apostó esa vez por el medio plazo y pasó a controlar todo el sector del aluminio en España, en ese momento bajo el dictado de unos precios marcados desde Londres y a la baja. Nacía así Inespal como empresa pública al 100%, con centros en San Cibrao, A Coruña y Avilés, entre otros. Desde entonces, la relación con Galicia del grupo ha sido singular. Tan especial que, quizá, lo que hoy en día es Alcoa representa el único caso de una empresa capaz de recurrir a las amenazas para garantizar su continuidad, saliéndose siempre con la suya. Lo ha hecho de forma recurrente, cuando los costes energéticos le complicaban la cuenta de resultados. Siempre así, con la advertencia nada velada de deslocalizarse, cerrar o vender las factorías. Hasta esta semana. Porque el anuncio de cierre de las plantas de A Coruña y Avilés pinta esta vez pero que muy mal. Decisión tomada, sin margen.

La advertencia de que esta vez no son los costes energéticos, que también, el principal obstáculo para la continuidad de las fábricas representa un punto de inflexión en el tradicional discurso de Alcoa frente a trabajadores y administraciones. Las fábricas están obsoletas tecnológicamente, viene a decir el grupo norteamericano, admitiendo así que lleva años sin invertir en A Coruña o Avilés. El final de un lento languidecer.

La pieza separada de este conflicto es San Cibrao. El complejo, a mucha distancia en productividad, desarrollo y empleos de las que se pueden considerar sus fábricas satélites, las que ahora el grupo pretende cerrar, es caso aparte. Porque Alcoa ha logrado situar a la planta de Lugo como la tercera más rentable del grupo. El gasoducto de A Mariña ha permitido a la fábrica de alúmina reducir costes y regresar a beneficios. Lo ha hecho desde 2015, el mismo año en que el grupo decidía soltar lastre en Europa y vendía las fábricas de Alicante, Amorebieta (Vizcaya) y Castelsarrasin (Francia).

Siempre la energía. Hasta ahora. Y lo mucho que ha recibido Alcoa en estos años en las subastas de interrumpibilidad, las que establecen el compromiso de desengancharse de la red cuando la demanda lo requiere a cambio de incentivos, ahora disfrazados de pujas, desde hace nada semestrales. La pregunta no es ya cuánto dinero público ha recibido en estos años Alcoa por esta vía, sean mil millones de euros en diez años o quinientos millones en los últimos cuatro. La cuestión reside en saber cuántas veces ha hecho efectiva la compañía esa capacidad que le otorga la interrumpibilidad. Cuántas se ha desenganchado del sistema eléctrico por puntas de demanda. La respuesta, guardada bajo siete llaves, pondría al descubierto la filfa de las subastas, auténticas subvenciones camufladas para maquillar su ilegalidad a ojos de la Unión Europea.

Alcoa no solo gana con la energía barata a través de las subastas. También con un esquema tributario al que se han acogido en España grandes multinacionales, como pueden ser Pemex, Cimpor o el propio Banesco. Madrid es el puente de mando para Alcoa de toda una estructura societaria que se extiende por Europa, Egipto y Arabia Saudí. Porque bajo la figura de las entidades de tenencia de valores extranjeros, España ha favorecido la creación de holdings que se benefician de un coste fiscal cero para la repatriación de dividendos o para los préstamos entre empresas del mismo grupo, por ejempo. Así competimos con Holanda o Irlanda, semiparaísos fiscales en la UE.

Setecientos puestos de trabajo en el aire entre A Coruña y Avilés. Y en Pittsburgh (Pennsylvania), la cúpula de Alcoa solo parece atenta a la cotización del grupo en Nueva York, donde ha tocado máximos tras los anuncios de los cierres, que llegaron acompañados de unos resultados globales que los inversores preveían inferiores. Alcoa gana menos, pero sigue en beneficios. Wall Street celebra los planes del grupo, un aplauso que empuja al alza una cotización que, como en cualquier multinacional que se precie, siempre está vinculada a los bonus que cobran sus ejecutivos cada año. La vida misma. El mercado en estado puro.

En todo este caos que se avecina con los cierres de A Coruña y Avilés, la Xunta y el Gobierno de Asturias son meros actores de reparto. Madrid es otra vez la clave. Y la energía se presume como único resorte que activar para intentar hacer cambiar de opinión al grupo. Las subastas de interrumpibilidad serán de nuevo el botón del pánico para tranquilizar a Alcoa. Así seguimos.

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