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Conde, el banquero de Tui

FUE caer en desgracia, con la intervención de Banesto, y comenzaron a brotar, como un torrente, sus vínculos con Galicia. Como si hubiera que reconstruir con urgencia un pasado para el ángel caído que le uniría indisolublemente a esta tierra, gris como su sombra, a ojos de los miopes medios madrileños. Aquel 28 de diciembre de 1993, como una inocentada más, cuando su aventura al frente de uno de los grandes bancos patrios terminó, Mario Conde pasó a ser el banquero de Tui, donde accidentalmente había nacido. Hasta entonces, poco se sabía de su relación con Galicia. Mario Conde era patrimonio nacional, de todos, la modernidad conjugada en presente para un sector, el bancario, que todavía no se había quitado la caspa del tardofranquismo, y resolvía sus asuntos en familia, sobre fríos sillones de escay.

Conde rompió todo aquello, con 39 años, cuando irrumpió en la presidencia de Banesto. Y ese molde que se fabricó para sí, a base de gomina, trajes de raya diplomática y maneras propias del outsider que era, acabaría también por descomponerse a golpe de decisiones del Banco de España y del Gobierno de Felipe González.

Rebautizado ya como el banquero de Tui, Mario Conde fue condenado a veinte años de prisión, de los que cumplió once. Esta semana ha vuelto a Soto del Real, acusado de urdir una trama empresarial con sus dos hijos para repatriar, supuestamente, el dinero evaporado de Banesto en los noventa. Abrumador detalle de las operaciones el que presenta el juez Pedraz en el auto del ingreso en prisión. Conde tendrá que desmontar un gigante mecano de pruebas armado sobre sociedades muy conocidas (hasta sus testaferros lo son, que proceden de su etapa en Banesto), que llevan años operando con normalidad bajo una apariencia legal, recibían créditos y hasta préstamos del ICO, pero que ocultaban, presuntamente, una auténtica centrifugadora para blanquear millones de euros.

Sin utilizar el ataque como defensa, esa estrategia a la que tantas veces ha recurrido, los abogados del financiero aluden esta vez a la fábula de la herencia recibida para justificar la procedencia del dinero. También presentan otro argumento: esos más de13 millones repatriados tienen su origen en la venta de Antibióticos SA, el trampolín que permitió a un joven Conde y a Juan Abelló, su íntimo entonces, asaltar Banesto. Y, entre la espesa bruma de una historia nunca bien contada, empresarios gallegos clave en el pasado reciente de Galicia comienzan a distinguirse a lo lejos. Porque el pelotazo no estuvo en Banesto. Llegó con Antibióticos.

José Fernández López es uno de los apellidos ilustres de la economía gallega. Padre de empresarios (José María Fernández de Sousa-Faro, al frente ahora de Pharmamar, y Manuel Fernández, apartado de Pescanova), su trayectoria representó un anomalía en pleno franquismo. Su nombre está ligado al de Transfesa, Corporación Noroeste, Zeltia y la propia Pescanova. Y no fue otro que Fernández López quien levantó, junto a varios socios, lo que se dio en llamar Antibióticos SA, que se llevaría el concurso, en plena posguerra, para poner en marcha las dos primeras plantas de fabricación de penicilina de España, con base en León.

Antibióticos SA llegó a los ochenta con Zeltia, en aquel entonces prácticamente una sociedad de cartera, como uno de sus accionistas de referencia, con más del 22% de su capital. Laboratorios Abelló era otro de los socios. Entre tubos de ensayo, otro de los Fernández, en este caso el recientemente fallecido José Luis Fernández Puentes, había hecho grande a la compañía gracias a numerosas patentes de cepas. Y en esto llegaron a la gestión los jóvenes Mario Conde y Juan Abelló, que entre deslealtades que solo conocen los protagonistas, y también mucho dinero, lograron hacerse con el control de Antibióticos SA, apartar al resto de socios y proceder a su venta a los italianos de Montedison, una operación de unos 60.000 millones de pesetas del año 1985 que les hizo simplemente multimillonarios.

En su nueva vida, Conde lo intentó en las autonómicas gallegas de 2012 con el fiasco de Sociedad Civil y Democracia, cuando ya estaba plácidamente instalado en un pazo de A Mezquita, bien conectado con Madrid y adquirido a la familia de la mujer del presidente de la Deputación de Ourense, Manuel Baltar, a quien le unía íntima amistad. Mario Conde parecía en esos años un gallego más. Pura ficción. Le gusta más la Feria de Abril que la Festa do Marisco de O Grove. Y aunque suele presumir de que a su primera mujer, Lourdes Arroyo, la conoció en los agitados veranos de Sanxenxo, siempre habrá un pelotazo que en la memoria le une más a Galicia, el de Antibióticos SA.

Adiós al ministro más nocivo para Galicia

SE va sin dar explicaciones en sede parlamentaria, como era su intención. Quizá, visto lo visto esta semana, ni hacían falta. El carrusel de contradicciones al que se había subido desde el lunes el ya exministro José Manuel Soria para explicar su relación con los papeles de Panamá se lo ha llevado por delante. Dice que lo deja por no haber sabido explicarse, simplemente, sin caer en que a un político se le pide algo más que no cometer ilegalidades. Soria no ha podido justificar, porque en el fondo no tiene defensa, su vinculación con hasta tres paraísos fiscales. Alguien como él, que no es capaz de explicar gran parte de sus propias decisiones en el Ministerio de Industria, difícil lo tiene para argumentar su pureza de sangre ante los papeles de Panamá. Su marcha se agradece. Galicia también.

Si en estos cuatro años de Gobierno de Mariano Rajoy ha habido un ministro más nocivo para la economía gallega, ese es José Manuel Soria. La perenne reforma energética que emprendió desde el ministerio, con el objetivo de acabar con el déficit de tarifa, llevó al colapso al prometedor sector eólico, actualmente en estado de parálisis total.

Poco hizo Soria por defender al naval de la suspensión del tax lease, ese alambicado sistema de financiación que Bruselas vetó y que hizo perder años a nuestros astilleros. Tampoco se puede decir que los riesgos de deslocalizaciones, como los de Alcoa, debido a las nuevas subastas de interrumpibilidad que impulsó el ministro, hayan desaparecido del todo. Y qué decir de Navantia, que depende de la Sepi (Hacienda), pero que financia Industria, su ministerio. Lo dicho. Adiós al nocivo Soria.

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