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La burbuja del diésel

 Lo que debería ser una transición energética se va a quedar en mero periplo a trompicones

Un coche diésel repostando en una gasolinera. DP
photo_camera Un coche diésel repostando en una gasolinera. DP

EL MEDIÁTICO economista norteamericano que predijo el fin del trabajo tal y como estaba concebido durante la segunda mitad del siglo pasado, publicó un ensayo en 2002 que agitó conciencias, pero del que muy poco se ha vuelto a saber. Jeremy Rifkin, en otro viaje hacia el futuro, apostaba por la economía del hidrógeno en un relevador libro. Lo planteaba como alternativa al fin de los combustibles fósiles y los hidrocarburos, abordando las ventajas de un recurso inagotable, procedente, sin ir más lejos, de la descomposición del agua mediante procesos electrolíticos, que da origen al oxígeno y al deseado nitrógeno. "Su uso", venía a decir el descarado Rifkin, "supondría un recorte espectacular de las emisiones de dióxido de carbono, mitigaría el calentamiento global" e incluso propiciaría "una redistribución del poder en la tierra". El economista abordaba el concepto de descarbonización casi veinte años antes de que dos ministras de Pedro Sánchez se 
enzarzasen en un inútil juego de titubeos, anuncios, rectificaciones, matices y hasta desmentidos, decretando prácticamente el fin del gasóleo. Y así llevamos dos meses.

Las susodichas son Teresa Ribera, ministra de Transición Ecológica, y Reyes Maroto, titular de la cartera de Industria, aunque la última palabra la tendrá otra mujer mucho más prudente, como es la ministra de Hacienda, María Jesús Montero. Con aquello de que "el diésel tiene los días contados" de Teresa Ribera empezó todo. "Su impacto en emisión de partículas es suficientemente importante como para ir pensando en un proceso de salida", se despachó. Toda una sacudida para usuarios y fabricantes. El miedo en el cuerpo. Y en esas seguimos.

Unos presupuestos generales de incierta aprobación en los próximos meses, tal y como ha arrancado el curso político después de las vacaciones, traerán el aumento de la fiscalidad para el gasóleo, parece, con el fin de igualar su tributación a la de la gasolina. Ese es el objetivo. Ahí se va a quedar el asunto, pasando página a lo mucho que ha hecho la Unión Europea en favor del diésel durante años y a ese apocalíptico mensaje de las nuevas ministras. Habrá una excepción a esa escalada impositiva para el sector del transporte, pero todo es una nebulosa. Todo el lío del diésel, sin pasar todavía de las palabras a los hechos, ya tiene un efecto: la venta de coches de gasolina supera este año la de los diésel. Es la primera vez en veinte años que sucede. Alguien podrá pensar en un auténtico efecto placebo el conseguido por los globos sonda del Gobierno de Sánchez con el gasóleo, ya que el cambio de tendencia sigue durante estos meses.

Nadie habla del queroseno, por ejemplo, que queman los aviones. El Ejecutivo declara la guerra al diésel sin separar grano y paja, es decir, las tecnologías actuales frente a las de vehículos de hace más de diez años, con sustanciales diferencias en cuanto a emisiones entre unos modelos y otros, cuando se sitúan prácticamente en parámetros similares los nuevos diésel y los de gasolina. Un argumento que emplea el sector para hacer esa discriminación, y de paso, resituar el debate, parece de cajón: ¿por qué no hacer pivotar los tramos de un impuesto como el de circulación sobre las emisiones en vez de la cilindrada o la potencia de un coche? Es una idea. Y buena.

¿Y qué persigue el Gobierno con esa subida impositiva del gasóleo, que es algo más que un incentivo para fomentar la gasolina? Pues en cierta medida contribuir a sufragar el coste del déficit eléctrico, algo que desde luego no han generado los consumidores, sino los sucesivos gobiernos y reguladores y un sector eléctrico apoltronado sobre privilegios pretéritos, en un mercado todavía oligopolístico, de otra época. Es decir, el déficit lo seguiremos pagando todos.

El nuevo Gobierno reniega del diésel, no le gustan nada las centrales eléctricas de carbón (con razón, verdadero agujero negro de la contaminación del aire, también en Galicia) y hasta le pone peros al gas. Ojo porque el relato, si tenemos en cuenta además los cierres de las nucleares, puede agudizar la dependencia energética de España cuando las renovables todavía no llegan, después de años de crisis y maltrato, a ser un sostén energético consolidado. En Galicia está descontado que la central de Meirama (Gas Natural) cerrará, no así la de As Pontes (Endesa). Y lo del gas tiene miga. Cautela con respecto a las nuevas inversiones, dijo la ministra más ecologista en sede parlamentaria. Teresa Ribera apuntaba a "prácticamente todas las cuestiones que tienen que ver con la generación y con las infraestructuras de gas". A buen seguro alguien en Reganosa habrá tomado nota.

Y mientras todo esto sucede, la electricidad sigue batiendo escandalosos récords. 

Inditex y la obligación de cumplir en Bolsa
DOBLE DÍGITO.  A ojos del mercado, de los inversores, esa ha sido la callada obligación de Inditex desde que cotiza en Bolsa. Básicamente, se trataba de crecer como mínimo un 10%, se mirase el parámetro que se mirase. Daba igual el periodo, semestral o anual. Ingresos, beneficios, superficie comercial comparada... Lo ha hecho así durante muchos años, al tiempo que ha acompasado una sigilosa mutación de sus procesos, adaptándose al entorno online.

Esta semana ha sido agridulce para el gigante textil gallego. Anunciaba desde Milán que se convertiría en dos años en una compañía global, vendiendo en todos los países del mundo aunque no tuviera presencia física, todo un reto digital y logístico. A la vez, sus ejecutivos miraban por el rabillo del ojo la cotización, con un valor que ha llegado a acumular hasta ocho jornadas consecutivas en negativo en Bolsa, cerrando la semana con un leve repunte.

Es la disparidad de los analistas, esos que apuntan al crecimiento de doble dígito como norma no escrita, la que ha hecho caer el valor, a una semana de la presentación de resultados semestrales, que será un momento determinante para despejar dudas. Pablo Isla, con su anuncio desde Milán, algo que normalmente se deja para  alegrar el día de la presentación de resultados, no logró detener la sangría.

Lo cierto es que Inditex vale actualmente en Bolsa unos 20.000 millones menos que hace dos años, cuando logró el récord superando los 100.000 millones de capitalización. Hasta el próximo miércoles, cuando toca esa presentación de resultados, todo es zozobra entre los inversores. Y en Arteixo.
 

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