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Media Galicia, en venta

HACE nada, en una cumbre de empresarios y académicos, un conocido consignatario pontevedrés se quejaba amargamente del proceso de llegada del capital extranjero a Galicia. El suyo era un lamento tanto de forma como de fondo. Iba mucho más allá del simple dato: Galicia recibió apenas el 1,06% del importe total que llegó a España en los últimos doce años (2.260 millones de euros frente a 212.581 millones), diferencias que lo dicen casi todo. Sin embargo, el consignatario abundaba en otra interpretación. La inversión que llega del extranjero no se destina a levantar empresas, fábricas o proyectos industriales, de servicios, agrarios o pesqueros. Se dirige, casi en su práctica totalidad, a la compra de compañías. Los hechos se empeñan en darle la razón.

Las negociaciones para la venta de Itínere, conocida comúnmente como la concesionaria de la Autopista del Atlántico, vienen a confirmar que las infraestructuras de pago gallegas se han convertido en poco más que un producto financiero para grandes monstruos inversores. Bien envuelto, eso sí, con una rentabilidad predecible y unos cómodos plazos para el retorno de la inversión: en este caso, en 2048 se extingue la concesión. Pero la venta de Itínere es mucho más.

La compañía controla también Autoestradas de Galicia, que se encarga de la explotación de las autopistas de peaje A Coruña-Carballo (AG-55) y Puxeiros-Val Miñor (AG-57), ambas de titularidad de la Xunta. En otras palabras, no solamente Fomento debe estar atento en esta jugada empresarial. Lo cierto es que por mucho que pueda sorprender, Itínere, la propietaria de la Autopista del Atlántico, pasará ahora de manos de un fondo de inversión a otro, para resumir. Y, si se cierra la compra, lo habrá hecho hasta por cuatro manos distintas en ocho años: primero Sacyr, después la británica Citi Infraestructure Partners, desde el año pasado la norteamericana Corsair y ahora Globalvía, en manos de tres fondos.

El de la compra de empresas en las que el capital gallego tenía un presencia destacada es un suma y sigue durante el último año. Una inercia solo perceptible cuando se pone en perspectiva. Como cuando miramos un cuadro, alejándonos un poco, tomando cierta distancia para apreciar mejor los matices. Y es así como R, controlada por un fondo de inversión (en este caso CVC Capital Partners) pasó a manos de Euskaltel el año pasado. Lo hizo sin mucho ruido, si tenemos en cuenta que se trata de una empresa estratégica para Galicia por ser dominante en el mercado de las telecomunicaciones.

¿Operaciones de alcance en las que apenas reparamos? Otro fondo de inversión (por qué será) se ha llevado el gato al agua en Carballeda de Valdeorras (Ourense), con la compra de Cupa Group, un gigante de las pizarras con una presencia internacional muy destacada. Carlyle, con base en Washington DC, pagó más de 170 millones por Cupa, con una deuda de otros 200 millones. Fue hace apenas un mes. Una operación que se suma a la compra de una conservera, en este caso también de capital familiar, como Cupa, que va ya por la tercera generación. Se trata de la viguesa Albo, centenaria, que ahora estará controlada desde Shanghai. Como asiático es el capital que se hizo con parte del conglomerado de Rodman-Polyships desde hace menos de un año.

En todo hay coincidencias. En los casos de Iíntere (autopistas), R (telecomunicaciones) y Cupa (pizarra), los hasta ahora propietarios compartían accionariado con Abanca, la entidad que compró la resultante de la malograda fusión de las cajas. Era una herencia, la cartera industrial, de un proyecto en su día atractivo: sacar a Bolsa las participaciones industriales de las cajas, al más puro estilo de Caixabank. Sin embargo, los tiempos y los errores dictaron otros caminos, y hoy Abanca se esfuerza en volver al negocio minorista lejos de aventuras. De ahí las desinversiones cuando hay oportunidad y ofertas de compra al accionista mayoritario, sea un fondo o una familia. En Galicia hay capital (basta con repasar con atención la lista de grandes fortunas de Forbes), pero no apuesta por Galicia.

Y si queremos rizar el rizo de las operaciones corporativas, las que están por llegar, miremos a A Coruña y a Cervo, donde Alcoa apura los días y saca brillo a la incertidumbre, con lo que ello supone para miles de trabajadores. Como un dosificador, ahora ya hay nombres de los candidatos a hacerse con las plantas (Clemente González Soler, con Alibérico, y Atlas Holding, pujan con la alemana Trimet) en un proceso que está a medio camino entre la venta y la intimidación al Gobierno para lograr energía más barata. Con Alcoa ya nunca se sabe.

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