Opinión

Un aplauso que resulta revelador

Los sultanes son muy complicados, y no ponderan bien el valor de los aplausos de los equipos ajenos. O eso parece

EL PASADO martes el jefe del Gobierno acudió al Senado. Desde Zapatero los titulares del Ejecutivo participan una vez al mes en la sesión senatorial de control al Gobierno, ningún presidente lo había hecho antes. Y también de cuando en vez comparecen para informar acerca de lo que estiman conveniente o de interés. Desde que el señor Núñez Feijóo dirige el primer partido de la oposición, y dado que es senador, parece que, hay que suponer que en alguna medida para debatir con él, se han acrecentado sus visitas a la llamada Cámara alta.

Todo esto se desenvuelve así porque nuestro parlamento bicameral es de asamblea dominante, y aunque el Gobierno es objeto de control en ambas Cámaras, solo el Congreso tiene potestad para censurarlo y derribarlo incluso, y solo el Congreso tiene el control de la legislación de los actos equiparados a la Ley, los denominados decretos ley, pues únicamente él tiene la potestad de convalidarlos o derogarlos, sin que en ninguna de esas potestades participe el Senado, aunque se le denomine Cámara alta.

Entre nosotros, supongo que por inercia de tiempos pasados parece que todo el poder es detentado por el Gobierno, no es así constitucionalmente, aunque la praxis invite a concluir que lo es; el abuso de los decretos ley desde 1978 evidencia que el Parlamento hace dejación incluso de la potestad legislativa.

Así, la realidad no es como lo que Constitución diseña, y los gobernantes, todos los presidentes de la democracia de 1978, Suárez, Calvo Sotelo, González, Aznar, Zapatero, Rajoy y Sánchez, con la complicidad lanar de unos y otros, se van sintiendo algo sultanes, y así, hasta dicen cosas, víctimas del subconsciente, que ponen en evidencia su manera de entender la magistratura que desempeñan, que tiene mucho poder pero no todo el poder. Como muestra un botón: la pregunta que hizo a unos informadores el señor Sánchez acerca de quién nombraba al fiscal general del Estado, y el simplón corolario que formuló a continuación diciendo ‘pues eso’ ante la respuesta de que el nombramiento correspondía al Gobierno.

Algunos exministros de distintos gobiernos me han hecho la confidencia, convenientemente preguntados, de que en el Consejo de Ministros nunca se vota, añadiendo todos, de una u otra manera, que si alguien provocara una votación debía ser consciente de que tal conducta acarreaba de inmediato su cese, o sea, que en realidad el Gobierno es el presidente, por lo que es más propia la denominación de ‘secretarios’ que tienen los ministros en Gran Bretaña, México o Estados Unidos por ejemplo. Son secretarios de la presidencia.

Eso será lo que explica que el martes, cuando el señor Sánchez llegó con algunos minutos de retraso al aula parlamentaria del Senado fuera aplaudido vivamente, saludada su llegada, su presencia, con un aplauso entusiasta de los senadores del grupo socialista.

Mi memoria no registra aplausos ante la presencia de ningún presidente en el hemiciclo. Es rito establecido por el habito, que hay que aplaudirles cuando hablan, si el discurso es largo hay que interrumpirles varias veces y hacerlo de pie cuando concluyen; ¡que molesto e intelectualmente incómodo resulta por cierto semejante ejercicio! Es que te sientes observado críticamente cuando no lo secundas fervoroso, de tal suerte que es una de las cosas de las que te liberas felizmente cuando dejas de ser parlamentario en nuestras Cortes de hoy.

Lo visto y observado el martes, el aplauso al llegar el señor Sánchez, del tipo del que se dispensa como recibimiento al equipo propio al salir del vestuario en el campo de fútbol antes de los partidos, revela que se va a peor. Ahora hay que aplaudir antes de que el líder hable. Todo se va pareciendo a un sultanato. Diputados y senadores aplaudiendo la presencia, periodistas de televisión como el señor Fortes pidiendo aprobación a Sánchez al terminar una entrevista: "¿Bien, no?" como pudimos escuchar, al no ser consciente el informador de que el micrófono seguía abierto.

Y ahora que termina la cumbre con Marruecos, decisiones de política internacional que varían posturas mantenidas por España durante lustros, como la relativa al Sáhara, que se cambia en veinticuatro horas sin debate alguno en el Parlamento y sin comentarlo si quiera con el jefe de la oposición, y como fue patente, sin conocimiento del ministro de Exteriores.

Sultanes sí, parecen ser estos presidentes nuestros, pero no tan grandes, no tan regios, y lo hemos visto también estos días. Un sultán verdadero como el rey Mohamed VI de Marruecos ha tenido la arrogancia de no acudir a su Reino —está ausente con frecuencia— él que es el poder único allí, para recibir a nuestro presidente, despachándolo por teléfono. Los sultanes son muy complicados, y no ponderan bien el valor de los aplausos de los equipos ajenos. O eso parece. Aún hay mucho que aprender.

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