Opinión

Días históricos

Todos los días se van integrando en la historia, pero la mayoría dejan un mínimo reflejo en ella. Sin embargo, hay jornadas que ocupan muchas páginas porque en ellas tienen lugar acontecimientos relevantes. Algunas de las que hemos vivido y estamos viviendo son de estas últimas, pues se concentran en ellas eventos de notable trascendencia. Alguno, como el juramento de la Constitución por la Princesa de Asturias al cumplir la mayoría de edad, merecerá que Clío, la musa de la historia, idealmente lo añada a la nómina de los actos generosos cuyo recuerdo tiene como misión que se rememoren vivos, otros, como los ignominiosos pactos con los líderes del nacionalismo catalán por quienes, con Pedro Sánchez al frente, encabezan hoy el Partido Socialista. Según narra ingeniosamente Pérez Galdós en sus Episodios Nacionales, la harían correr fantásticamente, a pesar de sus coturnos, para huir momentáneamente y apartarse de su histórica función, espantada de tanta indignidad.

Las imágenes reflejan actitudes y estas lo que anima a quienes las adoptan. Ya que ha habido coincidencia temporal en los hechos de uno y otro signo a los que aludo, me parece oportuno reparar en la manera de conducirse del presidente del Gobierno cuando la enseña nacional descrita en la Constitución (que para acceder a su magistratura se comprometió a guardar y hacer guardar, como hizo también al acceder a su escaño parlamentario), portada por la unidad militar que rindió honores en el acto de la jura de la heredera de la Corona en el breve desfile que tuvo lugar al final del acto, pasó ante quienes lo presidían. Contrastó y puso de relieve la falta de respeto del señor Sánchez y del señor Conde Pumpido, situado junto a él, su actitud indiferente, sin gesto alguno que relevara su consideración a la enseña constitucional de España. Más aún al poder apreciarse como inmediatamente antes era saludada por los Reyes, la Princesa y la Infanta, y por quienes detrás de ellos les acompañaban: el jefe del Estado Mayor de la Defensa, el jefe y otros miembros de la Casa del Rey, el del Cuarto Militar y los ayudantes de campo, todos ellos firmes, inclinando la cabeza o militarmente. 

Aquí viene a cuento subrayar que no habrá olvidado el señor Zapatero, entonces líder de la oposición, las consecuencias políticas que para él tuvo permanecer sentado cuando la bandera de los Estados Unidos, portada por militares de ese país, se exhibió en el desfile de la Fiesta Nacional. Deberían muchos tomar nota. Y es patente, basta ver vídeos de actos de diferentes países, la actitud reverente de sus líderes ante sus símbolos nacionales. Viendo las de los nuestros se experimenta demasiadas veces una sensación extraña al observar sus gestos, los de todos y todas ellos y ellas en el lenguaje que les gusta, todos impropios y faltos de lo que podríamos denominar urbanidad constitucional.

Y no es ignorancia, al menos en el caso del presidente, que en sus viajes internacionales recibe honores militares y sabe que hay que saludar con respeto las banderas de las formaciones militares que se los tributan, y adoptar una posición de cortés compostura cuando los recibe. Vaya, que incluso le vimos saludar con inclinación de cabeza, ya he dicho que saber sabe, a la senyera de los mozos de escuadra que le rindió honores en la entrada del palacio de la Generalidad catalana.

Indigna y ofende tanta vulgaridad gestual en ocasión tan señalada, cuya razón ignoramos pero que revela una acusada liviandad de conducta en verdad inaceptable.

Y al mismo tiempo, en eso si con entusiasmo militante y sin levantar mano, con desvergüenza que no puede disimular la palabrería vana, todo eso de que se trata de optar o no por un Gobierno progresista y que se hace por el interés de España, aceptan lo inaceptable, él y los que le están secundando en los hechos y en las justificaciones, para conseguir el apoyo parlamentario de unos diputados que militan en muchas cosas, pero no en trabajar por el interés y el futuro de España ni de los españoles. 

La lealtad y la fidelidad al Estado, cuya dirección política ostenta en funciones el señor Sánchez, responsabilidad que aspira a renovar, constituyen para quien ostente la presidencia del Gobierno una exigencia absoluta y permanente. La lealtad que entraña un sentimiento de respeto y fidelidad a los propios principios morales y a los compromisos establecidos o hacia alguien, y la fidelidad constituida por la firmeza y constancia en los afectos, ideas y obligaciones, y en el cumplimiento de los compromisos establecidos, siempre y en toda ocasión o circunstancia, ‘Semper fidelis’ como reza la expresión latina. Cueste lo que cueste, incluso la necesidad de unas nuevas elecciones y el riesgo de perder el poder. 

Esa lealtad y fidelidad, constantes y permanentes, la podemos y debemos exigir todos los ciudadanos, todos y todas y cada uno y cada una de los españoles y españolas, sin pactos ni mediaciones. Con todas sus consecuencias.

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