Opinión

El honor

¿QUÉ ES es hoy el honor? O a los fines que me propongo, ¿qué entiende la mayoría social que es el honor? No hace falta pensar mucho para llegar a la conclusión de que, en la consideración social, hoy se entiende por honor algo bien distinto de la idea de él hasta no hace mucho dominante.

El honor en las clases pudientes, pero también en las modestas, era un bien que determinaba definitivamente la consideración social de que se era sujeto pasivo. Y si se perdía no podía recuperarse, comportando una cierta muerte civil. La honestidad en las costumbres sexuales, por ejemplo, era observada con rigor, y quien trasgredía las ‘normas’ en ese terreno, en particular la mujer, a la que la hipocresía dominante exigía soportar la carga de la virtud, perdía el honor. Y lo perdía para siempre.

Vale más que el oro el crédito que proporciona la honestidad de la conducta. Y por ello vale la pena ser honrado

Pero es bueno recordar aquí dado el origen greco-romano de nuestra cultura social, cuál era el valor del honor en Roma. Lo proclama claramente la sentencia de Tácito: «honesta mors turpi vida potior» (mejor una muerte honrosa que una vida sin honor). Su sola lectura y un poco de conocimiento de la realidad lleva a la conclusión de que, en primer lugar, el honor no es hoy lo que la máxima trascrita proclamaba, y en segundo lugar, su pérdida, sea lo que fuere, no acarrea consecuencias tales que pudieran llevar a preferir una muerte honrosa a una vida sin honor.

Hoy no se ocultan con vergüenza hechos que antes, no hace mucho, repito, se entendía que afectaban al honor personal y familiar. Y los concernidos por los hechos siguen frecuentando los mismos lugares y continúan con sus actitudes de siempre, lo cual es, en razonable medida, bueno. Nadie baja la cabeza, o no lo hace en demasía.

Sin embargo, la consecuencia negativa es que acaso tampoco la virtud, la conducta virtuosa, es valorada suficientemente, de tal suerte que parece que tanto da ser virtuoso como no serlo. Lo mismo daría así el comportamiento honorable como el deshonroso.

Solo los merecen en un Estado democrático acceder primero y permanecer luego en los puestos de responsabilidad

Y aunque pudiera parecerlo, lo cierto es que no es así. Vale más que el oro el crédito que proporciona la honestidad de la conducta. Y por ello, aunque solo fuera por ello, autosatisfacción al margen, vale la pena ser honesto.

Y en la vida pública estamos ante una exigencia, también hoy y en toda circunstancia. Sea lo que sea el honor, lo que conocemos bien es lo que es honorable y lo que no lo es, lo honesto y lo deshonesto. Lo que cabe esperar en definitiva de alguien que merezca el calificativo de honrado, y lo que se teme de quien tiene fama de no serlo. Solo los que se hayan acreditado como hombres y mujeres honrados merecen en un Estado democrático acceder primero y permanecer luego en los puestos de responsabilidad colectiva.

El mejor es el más honrado. Y ese es el que debe ser apoyado siempre y sin desmayo. A esa conclusión hay que llegar en estos días al reflexionar acerca del honor.

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