Opinión

Hace 41 años

HACE 41 AÑOS, el 6 de diciembre de 1978, se celebró el referéndum por medio del que el pueblo español aprobó la Constitución. Culminaba la nueva ley fundamental un largo camino que tuvo un hito esencial en la precedente Ley para la Reforma Política aprobada por otro referéndum que había tenido lugar el 15 de diciembre de 1976. La denominada transición concluía instaurando por medio de ella una monarquía constitucional y parlamentaria.

Recuerdo que el siguiente día 8 de diciembre, como solía hacer todos los años en aquel tiempo, estuve en Toledo, acudiendo a misa a la catedral primada. En su homilia el arzobispo, cardenal don Marcelo Gonzalez Martín, mostró su contrariedad porque el texto constitucional no recogía en cuestiones morales los dictados de la doctrina católica. Claro que no fue fácil el cambio profundo, se comparta o no totalmente, que merced a lo que la ley fundamental disponía se iba a operar, con notable rapidez, en nuestra convivencia y en las actitudes sociales.

La vigencia de la Constitución en estos 41 años ha puesto de manifiesto su flexibilidad. La realidad que a su amparo se ha desarrollado ha sido posible porque las costuras no eran rígidas y han dado de sí para proporcionar cobijo a lo que muchos pudieran pensar que la iba a superar.

Pero, cualquier costura es un límite, no hay norma que no lo tenga, la norma implica lo que se puede y lo que no se puede hacer, y ciertamente quienes no desean su pervivencia no cejan en forzar las aludidas costuras. Por eso no estuvieron ayer en su celebración conmemorativa y en estas fechas postelectorales anuncian una vez más su cabriola que revela lo que no aceptan y su cerrazón a hacerlo respecto de nada que no sea su arbitrio; me refiero al gesto de ERC, Bildu, PdeCAT y PNV al que se suma el BNG al volver con un solo escaño a las Cortes de no acudir a las consultas del jefe del Estado. Y estos son por cierto los que reclaman diálogo, cuando es meridiano que solo quieren practicar uno: el suyo, que es su monólogo.

No es razonable, ni bueno, que cada generación pretenda dotarse de una nueva Constitución. Es pura ingenuidad la de los jóvenes que manifiestan que no votaron esta Constitución en un gesto que muestra su distancia hacia ella. Lo he dicho y escrito muchas veces. Una Constitución es la formalización de los acuerdos esenciales de convivencia de una sociedad, y eso no puede ni debe variar cada pocos lustros en tanto esa sociedad no haya cambiado substancialmente.

La Constitución americana es de 1787, y con sus enmiendas, algunas de calado pero ninguna alteradora de su esencia, ahí sigue, y no parece que se escuche a ningún joven norteamericano, que no la votó, como justificación de ninguna rebeldía.

Y más cerca, la Constitución de la V Rebública francesa es de 1958. También ha tenido reformas de cierto alcance, por ejemplo, afectó a la jefatura del Estado, la que limitó a cinco años el mandato del presidente de la república. Esta norma fundamental, no hay que olvidarlo, fue, en muy buena medida, fruto de la voluntad del general De Gaulle. Y su texto pudo permitir una solución excepcional. El profesor Jiménez de Parga, que presidió nuestro Tribunal Constitucional, escribió en los días en que fue promulgada un interesante estudio de la misma con un sugerente título: ‘La V República francesa, una puerta abierta a la dictadura constitucional’. Y ahí sigue sin embargo, y que yo sepa no hay en Francia muchos jóvenes que formulen respecto de ella el reparo de no haberla votado. Y es veinte años anterior a la nuestra.

Esta semana, al constituirse las Cortes de la XIV legislatura algunos diputados y senadores, va abundando la tendencia particularista, argumentaban su voto de acatamiento obligado a nuestra ley de leyes asegurando hacerlo por sus respectivas emociones y electoralistas expresiones, perdiendo de vista así el alto cometi do, el más honroso sin duda, que la propia Constitución les encomienda, que no es otro que representar al pueblo español. Fueron abrumadoramente más los que no necesitaron ‘mensajear’ a su parroquia, pues saben que, precisamente, todas las parroquias constituyen el pueblo español del que constitucionalmente asumían la representación.

Ha dicho el lídel del PP, Pablo Casado, que su grupo garantiza por su número y posición en las cámaras que nadie podrá privar a todos los españoles de nuestro derecho a decidir, que incluye el de que se preserve la esencia del pacto constitucional que dio vida a la norma fundamental de 1978. Solo él lo ha dicho. Pero por fortuna está en manos de los diputados y senadores del PP que sea así.

Con el sosiego que ese compromiso depara en estas horas, este escribidor, que ha sido durante lustros miembro de las Cortes Generales y también de organos constitucionales, en este aniversario muy especialmente, quiere expresar, y lo hace, que la Constitución de 1978 ha sido y sigue siendo un texto que sirve a los ciudadanos garantizando sus libertades y propiciando la democracia. Lo que importa.