Opinión

Lo que somos

Personalmente creo tener pocas dudas de lo que soy, como ser humano, como hombre ya mayor, como ciudadano de una nación cuya realidad se fraguó en la edad moderna hace 500 años, coincidiendo con los albores de América, como creyente y como persona moderada. Y no las tengo tampoco acerca de lo que es España, mi país, ni de lo que debe seguir siendo, con independencia de lo que yo pueda desear que sea, que no es lo mismo.

Por eso los pactos o acuerdos suscritos esta semana por el PSOE con fuerzas que se reclaman independentistas, con el fin único de que su secretario general, y los que le acompañan en su aventura, que es como percibo la deriva de Pedro Sánchez de mantenerse en el poder a toda costa, no solo me alarman. Me inquietan y me indignan. Y entiendo que entrañan una vulneración gravísima del pacto constituyente de 1978 y una agresión a la soberanía nacional del pueblo español.

Las prédicas pueden ser buenas, malas, peores y mendaces, y la que sostiene que los españoles el 23 de julio es que continuara un Gobierno progresista del señor Sánchez es una falacia. Y lo es porque es evidente que a los que votaron a Junts o a Esquerra o a Bildu o al BNG o al PNV, todo lo que se ha metido en la misma olla junto a Sumar, ese invento agregativo de grupúsculos en torno a una ambición vestida con pretendido glamur, no les une más que su rechazo a un gobierno del PP. No de la derecha, porque derecha política y sociológicamente son, y en alguna medida más derecha, el PNV y Junts. De modo que no se trata de contraponer progreso a conservadurismo, no. Esto es otra cosa, que no es mínimamente homogénea, es heterogéneo, estéril para construir y útil solo para destruir. Eso es lo que brinda esta amalgama, y seguro que no es el deseo mayoritario de los ciudadanos, no lo pudo ser el 23 de julio, y no lo fue.

Recuerdo que Jordi Pujol reclamaba en los años noventa del pasado siglo el derecho a ser de Cataluña. Lo decía con mucho énfasis, el mismo con el que Javier Arzalluz hablaba de «nosotros» aludiendo a una alteridad de la que se sentía protagonista, y se refería con desapego faltón a «los de Madrid». A mí me parece que la libertad de pensamiento, también la de expresión, pueden recrearse a discreción en ensoñaciones, pero eso no altera la realidad. Los que se apellidan García, Rodríguez, López o Fernández, los más en Cataluña, País Vasco y Galicia, son genética, histórica y sociológicamente lo que son, y eso no puede cambiarse a voluntad. Y pueden reclamar muchas cosas, salvo ser lo que no son o no ser lo que son. Y Cataluña o el País Vasco no pueden ser, empezar a ser lo que no son ni fueron a costa del ser de otra realidad que es España. España no existiría sin Cataluña, el País Vasco o Galicia, siempre se ha afirmado su estructura compleja, algo más compleja que otras estructuras políticas, pero estas entidades son esencia ontológica de España. Han hecho, configurado y dado vida al ser de España. Pese a eso, llevamos varios lustros construyendo utopías a base de recusar el ser mismo de España. Eso es lo que ha sucedido y lo que está ocurriendo.

Los pactos referidos aluden a acuerdos y discrepancias, y también en base a eso se pretende decir que no hay allanamiento ante el independentismo. Pero, sobre que eso no es más que un argumento menor y de poco recorrido, hemos constatado en los cinco años de gobiernos presididos por el señor Sánchez que para que voten a favor de su presupuesto, el personaje ejercita su mente creativa, ve nueva luz, corrige el tiro y dispara contra lo que sea. Lo sabemos. Escuchaba esta semana en la emisora de radio que modula sus opiniones y valoraciones al compás del señor Sánchez, es realmente su altavoz, que se decía, preparando el terreno, que lo que es España es un concepto que hoy debe tener en cuenta las posiciones de los independentistas, se refirió creo recordar a Esquerra, Bildu y Junts. Al BNG, si no me falla la memoria, no lo citó. Será difícil superar en estolidez tal consideración. Todo en la vida y en la historia se va ajustando, se puede estar de otra manera, también en nuestra existencia, pero no dejamos de ser nunca lo que somos. O somos eso, o no somos nada. Y para un español valen todas las concepciones del ser de España menos las que lo niegan, que es ideario y el sentimiento de las formaciones aludidas. Con quien quiere que yo muera ¿adónde voy a ir? Es que tiene lo suyo la cosa.

Los acuerdos o pactos aludidos constituyen un grave ataque a la convivencia nacional y una afrenta a la nación española, cualquiera que sea la concepción, moderada o progresista que de ella se tenga. Son una deslealtad y constituyen una ofensa a la ciudadanía, exclusivamente suscritos para conservar el poder a todo trance, y puede que, si siguen adelante, tengamos que ver cómo se indemniza a los sediciosos por la "injusta" represión padecida.

Un cuerpo social sano no lo puede permitir. Y confío y espero que no lo consienta. Por su dignidad y por nuestro futuro. Si tiene que haber cambios de este calado, como dijo Zapatero, ya ven que soy de mente abierta, con ocasión del plan de Ibarreche, «Los que vivimos juntos tenemos que decidir juntos». O sea. Que el que quiera lo que esos pactos entrañan que inste unas elecciones constituyentes y el cambio de las reglas. Pero esto no.

Comentarios