Opinión

Más dirigir que mandar

En la escena política, en España se cultiva el hiperliderazgo. Fuera de lo que hay parece que no hay nada

AUNQUE EN esencia sean sinónimos, mandar y dirigir tienen respectivamente muchos matices. En la dirección política se acusa más la diferencia, porque el dirigente político, el líder, debe dirigir más que mandar. A los mejores se les puede dirigir, pero no solo mandar, es así, y siempre fue así.

Escribió Theodore Roosevelt, el 26º presidente de Estados Unidos, un sujeto de personalidad acusada y exuberante, que "el mejor ejecutivo es aquel que tiene el sentido suficiente para escoger hombres buenos para hacer lo que quieren hacer y la moderación suficiente para no meterse con ellos mientras lo hacen".

Deberían tenerlo presente Pablo Casado y sus colaboradores en la dirección del Partido Popular en orden a normalizar la relación con la presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, sin que el hecho patente de que esta haya adquirido en este tiempo mucha relevancia y adhesión entre la militancia y los votantes del partido, acaso mayor que las que brindan a todo el elenco humano de Génova, les influyera más de lo conveniente.

El modelo del Partido Popular es acusadamente presidencialista. Nadie entendería en las filas populares que quien dirige el partido no fuera en unas elecciones generales el candidato a la presidencia del Gobierno, ni que quien asume una responsabilidad de gobierno en cualquier esfera no asumiera en el siguiente congreso partidario la responsabilidad de encabezar la organización en el ámbito respectivo.

Esto no es necesariamente así, es más, en otras formaciones políticas no lo es. El lendakari, cuando un militante del PNV ostenta esa magistratura, no es, o mejor dicho, estatutariamente no puede ser, quien se ponga por ello al frente del partido. Tampoco en el caso de los que son elegidos diputados generales, esto es, presidentes de las diputaciones forales de los territorios históricos; como en el caso del lendakari, estos no se ponen tampoco al frente de la organización en su respectivo territorio.

Sin embargo, en el Partido Popular, los precedentes son los que son, y no suele haber excepciones: los que gobiernan comunidades autónomas se ponen al frente de la estructura partidaria en la comunidad, los alcaldes asumen la dirección de la local, e incluso quienes son presidentes de las diputaciones, la de la provincial. El Partido Popular es genéticamente partidario del mando único, por lo que el folletín madrileño muestra temores, sospechas y recelos lamentables y negativos para quienes los expresan, porque lo que se dice por su dirección nacional es palabrería vana y lo que se hace torpeza reveladora de que, sencillamente, a la señora Ayuso no la quieren ahora al frente del PP de la Comunidad de Madrid.

La maniobra que se viene desarrollando desde Génova puede no conducir adonde pretenden. Es más, no está exenta de riesgo, y según como cursen los acontecimientos hasta podría propiciar que sus promotores resulten desalojados de la dirección.

En la escena política, en España se cultiva el hiperliderazgo. Fuera de lo que hay parece que no hay nada. Si se inquiere acerca de un posible relevo o alternativa, se percibe que se propicia que ni tan siquiera pudiera visualizarse alguna. Solo se ve, solo parece que existe lo que está encaramado en el entarimado partidario. Y los protagonistas procuran, en todos los partidos, hay que decirlo, que sea así.

El resultado es que los relevos son más traumáticos de lo que demanda el cambio. Es ciertamente difícil la sustitución de quien es tenido como oráculo que nunca se equivoca y a quien se pretende por su entorno que se venere.

Claro, después del cambio, no pasa mucho tiempo sin que se califiquen de ocurrencias y hasta de tonterías las manifestaciones antes tenidas por expresiones sagaces y sabias.

Ante la emergencia de un protagonismo personal y político como el de Isabel Díaz Ayuso, que tiene contornos propios, hay que aprovecharlo para la organización dejándole hacer y no entorpeciendo su acción. Es de libro.

Todo esto sorprende más si se atiende a que Díaz Ayuso fue candidata en Madrid por decisión personal de Pablo Casado. Eso no debería olvidarlo ninguno de los dos, y ahora más bien deberían encajarlo en la democracia partidaria en la que el viento del éxito es muy retributivo.

En todo caso no es algo que pueda manejarse mandando, sino dirigiendo, aunque en la tradición partidaria siempre tiente más lo primero, que parece más fácil, pero que no resuelve nada, sino que las más de las veces alimenta más las tensiones. El reto es saber regir, en este trance sin mandar.

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