La semana se cierra dejando imágenes de caos de tráfico y me da por preguntarme qué barbaridades se habrá gritado la gente para desahogar ese agobio que da sentirse atrapado y con la presión de saber que no vas a llegar a tiempo al lugar al que te dirigías con prisa.
Me podría haber dado por ponerme a especular por las razones que nos llevan una y otra vez a intentar pasar en coche por zonas que enseguida se bloquean, pero la cabeza me lleva a imaginar los improperios dichos. Quizás lo hace porque en la mente sigue latente el mensaje de un correo recibido hace solo unos días en el que se aseguraba que el 18% de los conductores gallegos ha insultado a una mujer conductora aludiendo a su género.
Vi ese estudio, como tantos que llegan al correo a diario, pensando que seguramente no tendría ningún rigor y que, probablemente, se basaría como mucho en una de esas encuestas de andar por casa, de preguntas a primos y cuñados. Y, a pesar de todo, se ve que la idea me ha quedado flotando en la memoria y hasta le he dedicado algún tiempo a rebatirla.
Empecé discutiendo conmigo misma y sosteniendo que al volante todos, o casi todos, nos volvemos agresivos y que las mujeres insultamos como el que más.
Pero no gano una discusión ni aunque sea conmigo misma, así que se me acaba imponiendo la teoría de que sí, de que los hombres basan muchos gritos al volante a que tienen en frente a una mujer. Es otra de las formas de machismo que nos rodean. Y me quedo convencida de ello porque se me hace evidente que las mujeres insultamos en el coche, pero no lo hacemos con la idea de partida de hombre tenías que ser.
Creo que nosotras vamos contra la persona, no contra el sexo al que pertenece, aunque el exabrupto casi siempre se dispare contra un hombre, porque la verdad es que hay muchos que al volante son cafres, aunque ellos se crean Fernando Alonso.