Creo que no sufro alarmismo injustificado. Desde los sentimientos, también desde la reflexión el temor se despierta ante el horizonte. Quienes fomentan y acentúan la estrategia de polarización y confrontación de bloques desprecian el alto riesgo de reactivar escenarios que condujeron al enfrentamiento civil: la España del odio y la venganza. Con un mínimo rigor no se puede frivolizar con la reconciliación de las dos Españas que plasmó la amnistía del otoño de 1977. No fue impuesta por los franquistas, como se dice en la desfiguración de aquella tarea reconciliadora de vencedores y vencidos. Hubo voluntad por las dos partes. Léase el discurso de Arzalluz ante el pleno del Congreso. Buscaron superar las dos Españas. "Había que olvidar y perdonar a quienes mataron a Carrero y a quienes mataron a Companys".
Desde la derecha y la izquierda regresan quienes pretenden de nuevo el monopolio del espacio público. Bajo el nombre de España, unos, o del progreso, otros, solo caben ellos, los suyos. Si se quiere apagar un fuego —¿de verdad?— no puede prenderse un nuevo incendio. Así ni se hace del mal virtud ni tampoco se defiende convivencia alguna con barricadas en Barcelona o en Madrid. ¿Hay voluntad manifiesta en hechos de superar y evitar nuevos choques de trenes en Cataluña? Cuando el objetivo confesado es impedir que lleguen al poder los competidores —no sé si ya se consideran enemigos— y cuando la amnistía se compra en votos es una trampa revestirla de cura de heridas. Claro que hay que hacerla; no así. Tendría que ser —¡oh, el denostado y ridiculizado consenso!— en el encuentro de las mayorías y con las partes implicadas. No resolverá nada, salvo una investidura, una amnistía "unilateral". La tarea de trazar vías para resolver los desencuentros y los choques en y con Cataluña, al menos para un tiempo, exige expresar y sumar voluntades reales de ponerse a la tarea.
No sabría decir si contamos con dirigentes políticos con un mínimo de rigor y responsabilidad o con jugadores a los que les gusta la ruleta rusa. La sien a la que apuntan es nuestra. Un poco de coherencia no vendría mal, incluso en el escenario de la confrontación. Si atacaban las bases de la convivencia y las reglas de juego de una sociedad abierta aquellos que alimentaron —intelectual y físicamente, Grande Marlaska dixit — el desorden incendiario en las calles de Barcelona, las autopistas de Cataluña o el aeropuerto del Prat, habrá que aplicarles el mismo criterio a quienes ahora no les importa llevar otra cara del conflicto a las calles de Madrid.
Es exigible una mínima coherencia. ¿La ley debe ser para unos o para todos? Nos gusten o disgusten. Los portavoces de unos y otros, loros repetidores que echan gasolina al fuego con consignas que piden o formulan condenas, depende de donde se encuentren situados en el escenario, carecen de criterio y sentido de la responsabilidad.
Si me entristecieron las caceroladas ante las sedes del PP con un presidente y gobierno que nos había mentido por interés electoral, me sucede ahora lo mismo con las concentraciones y la violencia ante la sede del PSOE, con un presidente y un gobierno con igual pecado de engaño: el único interés real es permanecer en el poder.
El lenguaje no es neutro. Recordemos aquel no pasarán de la noche electoral. Quién impuso tal consigna. Y recordemos las llamadas a impedir en la calle lo que una mayoría en el Parlamento pueda votar. El temor no es alarmismo injustificado.