Opinión

De qué lado

No elegir bando en una guerra merece el rechazo de las partes. Basta recordar la tercera España, aquellos que ante la guerra civil y en los años previos que la incubaron optaron por la civilidad. Acabaron, dentro o fuera, como exiliados. A esas figuras de la tercera España se las debería mostrar como modelos ciudadanos en vez de cuestionar si merecen o no que su nombre figure en una placa de una calle. 

Pero no hace falta llegar a la guerra, el desprecio al que no toma partido aparece en la disputa menos trascendente, en una competición y hasta en los líos de familia y divorcio. El no adoptar posición de parte, desde el ejercicio de la razón, se descalifica como equidistancia, como debilidad. En esas estamos, en lo que parece antesala de una guerra en el mundo, en la política interna española, en las peleas entre dos chiquilicuatres que el centroderecha colocó irresponsablemente en puestos que exigirían capacidad para ejercer con responsabilidad. No es que la irreflexión se haya convertido en marca única del centroderecha. Los cantamañanas proliferan a derecha e izquierda. 

El lenguaje bélico, decía ayer Màrius Carol, domina ya y para todo los titulares de la prensa. Es un cómodo método explicativo de lo que sucede. Boris Jonhson habla de "primer bombardeo" para anunciar las medidas económicas de represalia. Seamos optimistas, o ilusos, y confiemos en que el predominio de esos términos no presagie la realidad que se avecine. Los términos bélicos valen en los medios, por supuesto que para Putin, Biden y la Otan, con Ucrania de fondo. Confieso mi sorpresa ante el entusiasmo bélico de medios, políticos y tertulianos españoles en este problema. No hay, como es norma del país, debate alguno para poder formarse un juicio. Supongo que en un programado ejercicio de desinformación: los medios públicos no ofrecen profundización, análisis o contextualización del conflicto. En Francia se oye a la extrema derecha tomar posición por Putin y Rusia. Aquí, ni eso. 

La opción por bandos es cuestión de pasiones, sentimientos o admiración en el deporte. Lo vemos trasladado a la política en letra impresa y audiovisual, por si no fuese ya una constante tertulianera. El estallido en ruedas de prensa entre Casado y Ayuso se reflejó casi mayoritariamente con calificaciones y recursos al lenguaje de guerra: desde minar hasta desangrar. Y aparecieron los bandos en la prensa y medios capitalinos. Ayuso cultivó más las simpatías mediáticas capitalinas. 

La puerta de salida debería abrirse con suficiente amplitud para que quepan, al tiempo que los dos protagonistas principales, los guionistas, y los actores en papeles no tan secundarios de tontos, feos y malos. ¿Qué bando se puede tomar entre actores modelo Carromero? 

Putin es un peligro cierto. Puede llevar el mundo a la catástrofe. Pero de ahí no se concluye que haya que aceptar acríticamente el entusiasmo bélico de Occidente (sic) o a dar por buenas sin más las informaciones de una u otro bando. 

Biden no es en este escenario Churchill frente a Hitler.

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