Opinión

Deprisa, deprisa

Esperanza es la estación más importante en el viaje de la vida. En esa parada no se apea uno con el coche a 215. La velocidad me gustó más en pasado que en presente. Alguna experiencia tengo, también de multas, todas o casi todas fueron en radares-trampa. Los artilugios camuflados —nuevos salteadores de caminos— que colocan con finalidad recaudatoria. También, sí, para invitarnos a la prudencia. Los excesos, al modo Baltar, los practiqué alguna vez donde no había limitación de velocidad, como las autopistas alemanas.

Desde hace tiempo, me parece mayor el disfrute de un viaje por una vía secundaria, a poca velocidad, con buena música y la capota recogida. El ritmo de la marcha tiene que permitir que lleguen los sonidos: el viento en las ramas de los árboles, el mugido de una vaca en un prado próximo, el motor de un tractor que prepara la tierra para la siembra del maíz. El paisaje llega también con olores muy diferentes. Es agradable ir atento a esos cambios; de momento no lo sancionan. A veces se tiene la suerte de que desde «las praderas segadas llega un suave olor a heno». Hay temporadas en que domina o se hace demasiado presente el olor del purín que esparcieron como abono. Esa sí es tristeza que llega del campo, y no precisamente dulce como la que cantó Juan Ramón Jiménez. El olor dominante del purín se mantiene durante varios días. 

A mí me traen sin cuidado las prisas del señor Baltar en una tarde de domingo. Son suyas, no están agendadas, como dicen ahora los aspirantes a estresados

Una de las primeras noticias de los excesos de velocidad del señor Baltar la escuché en la radio del coche, en viaje de regreso sosegado a casa, cuando la tarde, como en el poema, viene cayendo. La segunda noticia de multa por exceso de velocidad la leí esta mañana. Primero fueron 173, y una hora después 215. Esas velocidades en el mismo viaje dicen que el señor Baltar huía de los malos olores o de las polvaredas que levante el viento o una máquina agrícola que trabaja en el campo zamorano. Esta primavera las tierras de Castilla están secas, muy secas. No hay verdor vivo en los campos de cereales. Mejor pasar rápido y dejar atrás esas imágenes que pronostican un futuro próximo de desertización.

A mí me traen sin cuidado las prisas del señor Baltar en una tarde de domingo. Son suyas, no están agendadas, como dicen ahora los aspirantes a estresados. La cosa cambia cuando esas urgencias exijan el coche oficial, y además de alta cilindrada. Todos tuvimos prisa alguna vez. Obedecimos a urgencias como si fuésemos a beber la vida. Con un matiz, no éramos ni aspirábamos a ser señores de ninguna provincia. 
Las velocidades del señor Baltar las experimenté camino de Múnich a Salzburgo. Lo recuerdo por el destino y la música. Y recuerdo en la ‘autoban’ el accidente mortal de la esposa del político bávaro Franz Josef Strauss. Descubrí que la estación esperanza está en viajar lentamente, con el olfato y el oído muy atentos. La belleza y la música de Salzburgo se dan de bruces con las prisas.

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