Opinión

El lobo

Esto no ha hecho más que empezar. Pedro Sánchez subió el discurso en la arenga ante los parlamentarios socialistas. Viene la derecha extrema y la extrema derecha. Por el otro lado dicen que viene la anti España. Es una demostración de que la cita del 23 de julio es una segunda vuelta electoral. Llaman a agruparse: viene el lobo. Estas estrategias de segunda vuelta las conocen hasta el hartazgo los franceses. Y no han resuelto el problema.

Si el tono de la campaña es ese, y lo será, el de Sánchez ayer ante su grupo parlamentario, no hay avances en la convivencia política y en el ejercicio de la misma. Suena a retroceso, a concepciones y situaciones que nada bueno pronostican.

Ximo Puig, el líder socialista valenciano, expresaba estos días en algunas declaraciones la esperanza de que amainase el frentismo que marcó la política española de los últimos años. No parece que su deseo vaya a hacerse realidad. El Sánchez que habló ayer ante los suyos mostró una hoja de ruta que va más allá de las licencias que admite el tono de una campaña. Es el fondo, no el cómo.

El método trumpista y bolsonariano en la política española no lo ha inyectado únicamente una parte. No llegó aquí solo por la derecha. Otros vieron las ventajas partidistas de esa olla en ebullición. Atizaron con dedicación el fuego. Las responsabilidades de este clima que a Ximo Puig, como a muchos ciudadanos, le gustaría ver desaparecer tiene más de una paternidad. Y ciertamente complicidades mediáticas que eran minoritarias. Se fueron extendiendo como reflejo o consecuencia de los discursos dominantes.

No es solo criatura de la derecha madrileña, y sus altavoces mediáticos, que se disfraza de un pseudo liberalismo en su objetivo de llevar el PP al extremo: a identificarse o fusionarse con el discurso de Vox. Esa táctica parece marca de la casa: ya la utilizó Esperanza Aguirre frente a Rajoy. Pero no es ajena la política de Pedro Sánchez a tal radicalización. Su intervención de ayer ante el grupo parlamentario tuvo ecos de Podemos. También aquí, el frentismo, es marca de la casa en las estrategias del sanchismo. Provocó, alimentó e instrumentalizó como sustento propio la política de bloques.

En este período desenterraron fantasmas que se creían desaparecidos del escenario político español. La superación de la transición, que el tiempo y la evolución de la sociedad justificarían como etapa histórica extraordinaria que exigió una concepción del ejercicio de la política también extraordinario, se convirtió en más de una ocasión, y más que en la superficie, en un retroceso, en desandar caminos. No se avanzó, se retrocedió.

Una campaña pide programas, propuestas de respuestas a problemas reales. La situación de la economía, que acumula crisis desde 2008, debería ser prioridad. Y cuando se dice economía se dice empleo y las oportunidades, o falta de las mismas, con que se encuentran las nuevas generaciones, quienes se incorporan o pretenden incorporarse al mercado laboral. La respuesta diferenciada socialdemócrata y de la derecha liberal tienen que verse ahí. Las banderas de bloques ideológicos deberían quedar para los extremos. A los ciudadanos no se nos convoca para desenterrar problemas del pasado sino para elegir gestores que den respuesta a los del presente.

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