Opinión

Gravedad y cachondeo

A LAS 9.30 horas del pasado lunes llegó la sorpresa que había anunciado la ministra de Defensa. Espían al Gobierno de España. Puede haber más sorpresas, aunque Margarita Robles no anunció ninguna nueva ayer. El ministro Bolaños madrugó y en compañía de la portavoz Rodríguez contó algo como si acabase de enterarse, como una urgencia. Llegaba con meses de retraso. ¿Qué razones hay para decirlo a la ciudadanía ahora? Ese es el tema político.

Bolaños siempre habla, desde el corte de pelo, las gafas y el traje, con el ritual solemne de quien, sin ser catedrático, pronuncia lecciones de ética política a las derechas o con la seriedad de quien, sin ser juez, dicta sentencia inapelable. La portavoz muestra de entrada que se va por peteneras en lugar de explicarse: ahora es el teléfono de Sánchez y no el de Rajoy, salvo que nos tome por imbéciles.

El tremendismo, un género (literario) muy español, vale para calificar las reacciones del independentismo y algunos socios del Gobierno por el espionaje. El cachondeo, un género también muy de por aquí, sería la calificación a la reacción ante el anuncio del ministro Bolaños, como si acabase de enterarse, sobre dos intrusiones en el terminal que utiliza Pedro Sánchez y una en el que utiliza Margarita Robles, la ministra que salva la seriedad del Gobierno. El espionaje en el teléfono del presidente del Gobierno y en el de la ministra de Defensa no es una broma. Incluso es serio el silencio que se practicó con ese hecho grave si luego se acaba revelando por "oportunidad política", en interpretación de Feijóo. Se trata de un ataque y un fallo en la seguridad del Estado.

Las urgencias mañaneras de Bolaños eran para los independentistas cabreados. Margarita Robles contesta de otra forma, no necesita interpretaciones. Lo de Bolaños vino a ser algo así como a nosotros nos espían y no rompemos relaciones políticas, incluso el presidente cambia el discurso progre sobre el Sáhara y le cede a Rabat la noticia para los españoles.

Bolaños se lo pudo contar a la consellera Laura Vilagrá en Barcelona. El viaje ministerial de urgencia en jornada dominical se justificaría para comunicarle un secreto: al Gobierno también lo espían y no se cabrea como vosotros. Pudo viajar a Barcelona la ministra de Defensa y explicarle a la consellera qué obligaciones hay cuando algunos deciden poner patas arriba todo por las bravas. Quizás la entendiesen mejor. Por cierto, la consellera sentó al ministro en una mesa tal como para mostrar distancia al modo en que Putin le aplicó a Macron. Claro que el tamaño no era comparable: ni el Palau es el Kremlin ni la consejera es Putin.

Aragonès, Junqueras y un Rufián que cada día es mejor parlamentario estaban, están cabreados más que por ser espiados por lo que les dijo la ministra de Defensa: qué tiene que hacer un Gobierno ante quienes adoptan la decisión unilateral de secesión. Hasta que habló Margarita Robles en el Congreso todo había sido templar gaitas.

Asombro o cachondeo, todo hay que decirlo, también se produjo cuando las urnas aparecieron para el 1 de octubre en Cataluña. Rajoy, Soraya, Fernández Díaz, el ministro piadoso, y los mariachis mediáticos madrileños de las tertulias habían repetido, hasta que se lo creyeron ellos mismos: "No pasarán". Y pasaron. Incluso se fugó Carles Puigdemont. No sé qué es peor, si aquello –si no espiaron o lo hicieron mal– o lo de ahora.

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