Opinión

Pegasus y un antecedente

DE DÍA, de noche o de madrugada, daba igual la hora , Virtudes entreabría la puerta o la contraventana para observar quién llegaba, qué coche aparcaba. Era la vigía del pueblo. Luego transmitía la información sin necesidad de que nadie se la demandase. Para darle contenido a la observación de Virtudes cuando a primera hora pusiese en circulación su información siempre podías hacerte el borracho aunque solo hubieses bebido agua. "Case non se tiña do borrachiño que chegou". Cabía también el recurso de pronunciar con firmeza el nombre de una mujer y decirle que saliese con discreción, que no te vean, aunque nadie te acompañase. Al oírlo, Virtudes ya se plantaba en la acera y observaba descaradamente hasta que le dabas las buenas noches, que era como una invitación a que se retirase. A la mañana siguiente sus comentarios ganaban en intriga: "Veu cunha muller, unha bermella que, claro, non era súa". 
No hay bromas para el oído invisible que sigue las conversaciones ajenas por el teléfono móvil o al ojo que todo lo ve, también los mensajes de texto del WhatsApp aunque estos digan que están cifrados de extremo a extremo. ¿Cuál será el extremo que tiene acceso antes o al tiempo que el destinatario real del mensaje? Tampoco es cierto, leo en los periódicos, que lo que se habla y escribe en el iPhone se quede ahí, en el teléfono. Está disponible para quienes lo pueden utilizar en su interés, que no es el usuario.

Este escándalo internacional Pegasus no habrá sorprendido ni a quienes lo investigaron y divulgaron. Los grandes titulares lo exige la necesidad de que no aceptemos como normal lo que es liquidación de casi todo. No hay puerta ni cortina que garantice la intimidad de la alcoba. Menos todavía la de quienes pueden decidir algo. Esta vigilancia universal con la vista y el oído no significa que nos hayamos vuelto todos exhibicionistas, como me cuenta María, escandalizada ante Stefan Zweig. El escritor al que persiguió el nazismo confiese en los ‘Diarios’ su búsqueda del placer por esa vía en los parques de Viena. Lo que ahora realmente sucede es que se impuso el voyeurismo como arma de poder —el placer real radica ahí— para unos pocos y supone destrucción masiva para todos. ¿De qué iba sino la pelea con China a propósito del 5G? Del acopio de la máxima información, de la violación de todas las intimidades individuales. Claro que la reivindicación de los derechos individuales es algo burgués, liberal, pasó a ser rancio, ahora solo interesan y se defienden como progresismo los derechos del rebaño. En eso coinciden quienes nos vigilan y quienes quieren aparecer como los más escandalizados.

Si los aliados se introdujeron en el teléfono de Angela Merkel, el gran vigía puede contar con todas las geolocalizaciones del último afilador que salió de Nogueira de Ramuín y es probable que sospeche del barallete como un lenguaje en clave para enviar mensajes cifrados a la Diputación de Ourense. Si con Franco había teléfonos pinchados que escuchaba la policía política —la brigada político social, se decía— y las cabinas públicas ofrecían más seguridad, ahora habrá que reivindicar la cabina, el teléfono con fichas o el de monedas en el bar.

La próxima cita clandestina o la hago desde una cabina o a la salida del rosario, como en un piadoso saludo, para concertar el encuentro con una dama de novela de Galdós. Pero siempre queda el geolocalizador del que Virtudes carecía. ¿Cómo y quién le pone puertas a todo esto?

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