Opinión

Sargadelos

UN TINTO Barrantes, servido en una jarrita de Sargadelos, que se bebe en cunca de la misma cerámica, por la predisposición que crea esta circunstancia, gana tanto como para hacer real el milagro que Ramón Cabanillas atribuye al espadeiro: "Encender os corazóns dos apoucados". Si ocurre en la taberna que Segismundo García, empresario, articulista y autor de libros, abrió este verano en la sede de Sargadelos, en A Mariña lucense, se puede decir con el poeta de la raza que este vino "¡prende lume nas almas, viño celta!" La taberna de Sargadelos es un espacio para el descubrimiento y el encuentro con la Galicia que desde la fidelidad a sí misma avanza y se moderniza. La vi como una expresión, un homenaje y una continuación al gran sueño de un gran hombre: don Antonio Raimundo, Luis Seoane, Isaac Díaz Pardo y el actual Segismundo García, que impidió, revivió, lo que amenazaba como un nuevo derrumbe de Sargadelos, la Galicia que pudo ser. Aquí hay que brindar por los ilustrados que impulsaron e impulsan una Galicia de fábricas, comercio y capitalismo que genera crecimiento y empleo frente a la resistencia, las zancadillas y la persecución de la reacción de los privilegios grupales, de capillas tribales y estamentales de antes y de ahora; en esto hemos cambiado de traje pero no de prácticas.

Celebro este vino Barrantes en la taberna de Sargadelos como si fuese un Premier Grand Cru Classé de las tierras de Saint Emilion. Lo festejamos como si la Ilustración que venía de Francia se hubiese impuesto a las tinieblas y el gran sueño de Ibáñez se extendiese desde Ribadeo a Tui, desde O Cebreiro a Fisterra, y la ilusión europea que representa el Camino se hiciese realidad en Galicia como en la Europa de la Reforma.

La decoración del espacio, mobiliario Sargadelos, trazados de Seoane, y la atractiva redacción de una carta que reúne el menú de la fiesta, la rectoral o el pazo, predispone al disfrute de esos platos que nos definen, con un toque añadido de elaboración, de refinamiento: pulpo, caldo, callos, zorza, mejillones al vapor o arroz con leche.

"Es un paisaje romántico, uno de los más hermosos; parece un Villamil", le dijo Evaristo Casariego a Álvaro Cunqueiro sobre este espacio mágico en una visita que hicieron juntos en 1951. Los dos viajeros, en Cervo, que habían comido un lumbrigante en salpicón y unas chuletas de cordero, "nos sentamos en aquella plazoleta a la sombra de un castaño de Indias". "Un rato de sosiego y siesta se imponía". Después de haber comido el otro día en la taberna que Segismundo García abrió este verano en las instalaciones de Sargadelos, también se imponía un rato de sosiego en forma de paseo apacible que facilitase la digestión. La redacción y presentación del menú en la carta de la taberna invitaba a irse al Paseo dos Namorados. El orballo que caía hacía más hermoso y más romántico el silencio umbroso de Sargadelos. Cunqueiro proponía la música de Rossini o Vivaldi para este marco. Podrían estudiarlo para que esta música acompañe en la visita al museo de la cerámica, al conjunto de este espacio y como ambientación para que se cumpla ante la cascada la leyenda del enamoramiento.

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