Blog | Que parezca un accidente

¿Es Dios una buena persona?

NO TODO el mundo le cae igual a todo el mundo. Una misma persona puede ser tomada por algunos como valiente y por otros como imprudente. El que para muchos es simpático y conversador, para otros puede ser charlatán y cargante. El desprendido es a veces presuntuoso en los ojos de otro. El culto, petulante. El moderado, aburrido. Casi nadie causa la misma sensación en casi nadie, y cualquiera entiende esta diversidad de reacciones como algo natural. Sin embargo, siempre hay alguien que encorva una ceja cuando digo que a mí Dios no acaba de convencerme. Que todavía no he entendido muy bien de qué palo va.

Para empezar, está todo el asunto del Génesis. "En el principio creó Dios los cielos y la tierra", comienza diciendo el Antiguo Testamento en un arranque sospechosamente similar a "En el principio fue la carne enlatada" de Del dolor y la razón de Joseph Brodsky —habría que ver cuál fue escrito antes—. Luego Dios creó la luz, y con ella el día y la noche. Después vinieron el cielo, los mares, los árboles y las plantas. A continuación, las estrellas y los animales, y por último el ser humano. Todo esto en seis días, y el séptimo descansó. ¿Pero a qué viene semejante alarde? Por si fuera poco levantar un mundo entero de la nada, va y lo hace en menos de una semana. Como pavoneándose. Pudiendo tomárselo con calma, porque total no había nadie esperando salvo quizá en Correos, que siempre hay cola, opta por lo contrario. Da la sensación de que quería impresionar a alguien. Igual que ese cuñado que se sienta a tu lado en Nochebuena y necesita dejar claro que todo lo hace mejor y más rápido que tú. Hay algo ahí que me escama.

Pero luego llega el momento de hacer milagros y se viene abajo. Alguien capaz de crear el universo en seis días debería poder hacer algo más que convertir el agua en vino o multiplicar panes y peces. Que está muy bien, no lo niego, pero qué sé yo, podía haber levitado o teñir el cielo de verde o hacer que los perros hablasen. Algo verdaderamente milagroso. Si eres Dios y vienes a la Tierra para sacrificarte por los hombres para salvarlos, ¡déjalo bien claro, alma de cántaro! ¡Que no haya duda alguna de quién eres, que luego nos pasamos dos milenios discutiendo si eras o no eras tú! En vez de hacer un par de trucos delante de una docena de tíos, te plantas en el centro de Judea, haces que se abran los cielos y desciendan todos los ángeles, y ya verás tú como a nadie se le ocurre desconfiar de la divinidad de Jesús.

Por si fuera poco levantar un mundo entero de la nada, va y lo hace en menos de una semana

Lo de tirarse cuarenta días y cuarenta noches en el desierto tampoco ayuda. Me parece propio de raritos. Volvemos a lo de antes. Habrá quien opine que es la conducta de una persona reflexiva. Que hay gente que necesita aislarse para pensar. Pero a mí me da mal rollo. Es como ese tío que siempre está en el bar bebiendo solo. Lo llevas viendo durante años, pero nunca entablas conversación con él porque ese gusto por la marginación no es muy normal. A veces lleva gafas de sol y todo. Terminas poniéndole un mote y sigues a lo tuyo. "El rarito del desierto". Para otros será un intelectual, pero para ti no es más que un tipo extraño. Luego nos llevamos las manos a la cabezacuando vemos a sus vecinos en la tele diciendo "siempre saludaba en el portal".

Decía Nietzsche que no podía creer en un dios que quisiese ser alabado todo el tiempo. En qué crea o no cada uno no es asunto mío, pero en lo de la necesidad de ser adorado tiene toda la razón. Eres todopoderoso, tanto que hasta creas un mundo y te permites el lujo de concederle libre albedrío. Ah, pero que a nadie se le ocurra renegar de ti, claro. Como lo hagan, los expulsas del edén y a pasar hambre y frío. Y a ganarse en pan con el sudor de su frente. ¡Y a sufrir dolor en el parto! Hay que ser caprichoso. O me adoran o no juego. Como un niño tirano rompiendo sus juguetes. Todo va bien mientras no hagáis preguntas. Yo os proveo de agua, alimentos y todas las facilidades, y vosotros os quedáis ahí aceptando mi versión de la historia. Ahora bien, en el momento en que queráis saber tanto como yo, os doy la patada. Y ya podéis encomendaros a Aristarco, Sócrates, Copérnico, Darwin, Einstein y demás, porque el cristo con el que os vais a encontrar ahí fuera no es precisamente sencillo de entender. No se puede ser más retorcido, hombre.

Dios es ese tío nuevo recién llegado a la pandilla al que no terminas de captar. En principio parece un buen tipo. Al fin y al cabo, nos promete el cielo y no le importa ser crucificado por nuestro bien. Pero luego nos impone unos mandamientos y si no los cumplimos nos manda al infierno. Él no mueve un dedo. No evita las catástrofes naturales ni las enfermedades. No interviene jamás. Ahora bien, si no lo adoras, te expulsa del paraíso. Y si no cumples sus normas, te tuestas en el fuego eterno. ¿De qué nos sirve, entonces? ¿No nos ayudas en nada y encima nos castigas si no hacemos lo que dices? Menudo amigo.

Pero mi madre va a misa todos los domingos, y eso algo tiene que significar. Es una mujer inteligente y de Dios solo dice cosas buenas, así que algo se me debe de estar escapando. De hecho, son miles de millones los que acuden semanalmente a los templos y le rezan a diario y lo adoran sin reservas. Son tantos, que al menos ya puede tener la decencia de existir. Se discute mucho acerca de si Dios es o no una invención, pero con la cantidad de gente que cree en él, qué menos que existir, caramba. Aunque solo sea por educación. Porque si finalmente no existe, entonces tendré clarísimo que es un desconsiderado. Es más, me atrevo a decir que si no existieses, Dios, serías una mala persona. Tú verás.

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