Blog | Que parezca un accidente

Ética para Gay Talese

LA ÚNICA ética posible es hacer lo que uno quiere hacer", dijo en cierta ocasión William Burroughs, alimentando así el egotismo de toda una generación de escritores. Quién mejor que Burroughs, que le reventó a su mujer la cabeza de un disparo fortuito jugando a emular a Guillermo Tell, para defender una visión utilitarista de la ética. Quién mejor que él para reducir la ética a un aforismo redentor que lo aguante todo y sobre el que poder recostarse plácidamente por las noches con la conciencia tranquila. El problema -o la virtud- de la autojustificación es que no admite demasiados argumentos en contra.

La ética es una de esas cosas tan personales que, como ocurre con las manías o las perversiones, todo el mundo tiene la suya. Todo el mundo se rige, de forma más o menos consciente, por un código de conducta que determina qué acciones son admisibles y cuáles no lo son. Coincidan éstas o no con las del vecino.

Porque una cosa es la ética y otra muy distinta es la ley. En términos generales, la ley establece unos márgenes dentro de los cuales se nos permite movernos o, al menos, no se nos prohíbe hacerlo. Fuera del espacio que estos delimitan, y salvo grietas o rincones oscuros, se halla el terreno de lo antijurídico. Los límites de la ética de cada cual pueden coincidir con los márgenes de la ley, pero también pueden ser más estrictos o más holgados. Uno puede actuar, por tanto, conforme a su código ético y considerar inmoral algo que, a pesar de todo, está permitido por la ley. Un buen ejemplo es la oposición de algunos sectores de la sociedad a la regulación del aborto por considerarla demasiado laxa. Y, en sentido opuesto, otra persona podrá estimar que sus principios justifican una conducta que, sin embargo, es contraria a Derecho. Como por ejemplo robar para poder comer.

En otras palabras, la distinción que cada uno haga entre lo que está bien y lo que está mal no tiene por qué corresponderse con la de la norma. Ni siquiera con la de nadie más. Rodrigo de Luis, en un artículo para la revista Jot Down en el año 2012, hacía una reflexión muy oportuna sobre este tema a propósito de la saga cinematográfica ‘El Padrino’:

Tal vez Talese, en el fondo, lo único que ha hecho es ser buen periodista


"Lejos de formar una organización carente de ética, los Corleone actúan en base a un código axiológico no escrito pero muy riguroso. Cualquier transgresión lleva aparejada una represalia que es impuesta con severidad y acatada con estoicismo. "No es nada personal; solo negocios" se hace muletilla recurrente. Don Vito -y Michael, más adelante- aplican un utilitarismo cuyo único referente son los estrictos límites de la familia y sus protegidos. Si en alguna ocasión coinciden con el mandato bíblico de no odiar a los enemigos, no es más que por razones puramente pragmáticas".

En la década de los 60, un hombre llamado Gerald Foos compró un hotel en Colorado y lo modificó para poder espiar a sus huéspedes mientras mantenían relaciones sexuales. Años después, en 1980, contactó con el periodista y escritor Gay Talese para que documentase su despreciable perversión, con la condición de que no publicase nada al respecto hasta que él le otorgase su permiso.

Talese se desplazó hasta Aurora, la ciudad en la que se encontraba el Manor House Motel, y guiado por el voyeur comprobó cómo había diseñado un sistema para deslizarse a través de los conductos de ventilación hasta las rejillas de todas las habitaciones. "Vi lo que Foos hacía e hice lo mismo -publicaba en un reportaje para la revista The New Yorker de este mismo mes de abril, en 2016-. Me arrodillé y me arrastré hasta las rendijas iluminadas. Entonces estiré el cuello para ver tanto como podía por el respiradero, y al hacerlo casi choqué la cabeza con la de Foos. Por fin vi a una pareja desnuda, tumbada sobre la cama debajo de nosotros, concentrada en el sexo oral. Foos y yo miramos bastante rato".

Lo que Foos hacía desde los años 60, lo que el propio Talese acababa de hacer, era un delito. Además, Talese supo que Foos había contemplado un asesinato desde su escondrijo, en una de las habitaciones de su hotel, y había guardado silencio para no delatarse. Había vulnerado el derecho a la intimidad de miles de personas, había omitido el deber de socorro y jamás había avisado a la policía por el crimen que había presenciado. Pero el periodista tampoco cumplió con su deber como ciudadano en aquel año 1980. Esperó a obtener el permiso de Foos treinta y tres años después, en 2013, a las dos décadas de haber cerrado su hotel, cuando sus delitos ya habían prescrito. Y entonces escribió su reportaje.

Se plantea la duda de hasta qué punto el interés periodístico prevalece sobre la obligación de Talese de informar a las autoridades sobre lo que allí estaba sucediendo. Con su silencio permitió que durante dieciocho años más, Foos siguiese espiando a sus clientes en la intimidad de sus habitaciones. Ahora Talese publicará un libro sobre todo aquel asunto y Sam Mendes se encargará de rodar la película. Todos ganan, menos los huéspedes del Manor House Motel.

Erik Wemple, en medio de todo el debate suscitado por el reportaje de Talese, publicaba hace unos días en un artículo para The Washington Post que "la insistencia en que Talese tendría que haber acudido a la policía afecta a la legitimidad misma del periodismo. Apenas el público comience a ver a los periodistas como una extensión de los informantes policiales, adiós".

Sólo en el mundo del periodismo el conflicto entre la ética y la ley encuentra argumentos a favor de la primera y en menoscabo de la segunda. Sólo en el mundo del periodismo haber convivido durante décadas con la aberración, en silencio, encuentra una justificación a pesar de la ley. "La única ética posible es hacer lo que uno quiere hacer", que diría William Burroughs. Acabáramos.

Tal vez sea cierto y, de haber publicado su reportaje y su libro en 1980, Talese -el periodismo en general- se cerraría todas las puertas a futuras historias semejantes. Tal vez el interés periodístico, ese que justifica una conducta que otros considerarían inmoral, deba permitir el rebasamiento ocasional de los márgenes. Tal vez Talese, en el fondo, lo único que ha hecho es ser un buen periodista. O tal vez no. Solo hay una cosa que es segura en todo este asunto, y lo es sean las cosas de uno u otro modo: Gerald Foos es un ser despreciable. Y Gay Talese también.

Comentarios