Blog | Que parezca un accidente

Lo que no recuerdo

RECUERDO aquellas mañanas limpias y tranquilas de agosto en la casa de mis abuelos. Recuerdo lo silencioso que estaba el pueblo a esas horas. Recuerdo las finas líneas de luz que enhebraban las rendijas de las contraventanas, agujereando la oscuridad de la habitación. Recuerdo su balcón y la brisa y el aire claro y azul. Recuerdo la calma.

Recuerdo el rumor del piso de abajo, que se desperezaba poco a poco a medida que avanzaba la mañana. Recuerdo el sonido viejo y cansado del coche de mi tío Paco tosiendo al final del camino. Recuerdo escucharlo llegar y maldecir el coche a voces, lo que, en el fondo, no era más que su particular y entrañable forma de saludar. Recuerdo el olor a pan. Recuerdo la quietud hipnótica del piso de arriba, como si no fuese del todo real y el tiempo se hubiese detenido entre aquellos muebles y vasijas, ahora acompañados por los primeros rayos de sol que se colaban entre las cortinas. Recuerdo cómo la casa, en el piso de arriba, todavía dormía.

Recuerdo lo inmenso que parecía el salón desde las escaleras. Recuerdo a mis tíos y a mi abuelo fumando ceremoniosamente en los sofás que rodeaban la chimenea y cómo el humo del tabaco se mezclaba en el aire con su grave conversación, llenando toda la estancia. Recuerdo el bullicio de la cocina, colmada de las risas y las voces de mis primos, que habían bajado a desayunar mientras mi madre, mis tías y mi abuela empezaban a preparar la comida. Recuerdo la admirable sincronización de su protocolo, dedicándose cada una a una tarea distinta pero minuciosamente engranada en la de las demás, formando una perfecta geometría. Recuerdo verlas hacer, al mismo tiempo, un millón de cosas más. Recuero lo sencillo que parecía.

Recuerdo la hora del vermú en el patio interior y la vida que había en la casa a media mañana. Recuerdo la estampa de mi padre, mi tío Pepe y mi tío José María charlando de pie, junto a la bodega, con una copa en la mano. Recuerdo la mesa enorme de madera cubierta de aperitivos y de botellas y de anécdotas inevitables. Recuerdo caras borrosas entrando y saliendo, los amigos de mi abuelo, el novio de mi prima, todas las ventanas abiertas y el alboroto privado de cada habitación; de cada pequeño rincón. Recuerdo el incomparable aroma a felicidad que provenía de la cocina, alrededor de la cual giraba toda la casa. Recuerdo a mi hermano y a mis primos jugando bajo la mesa y entre las piernas de los demás. Recuerdo observar a mi familia desde aquella pequeña y clandestina perspectiva.

Recuerdo el jardín y la huerta y el estanque y los árboles frutales. Recuerdo el gallinero y la cuadra, que con el tiempo dejaron de serlo y se convirtieron en guaridas de bandidos, parques de bomberos, fuertes del Oeste o barcos pirata que, junto a la bodega, formaban parte de los fantásticos escondites secretos de la planta baja. Recuerdo el viñedo, frondoso e infinito, que traspasaba la finca y el camino y se extendía sobre la colina hasta llegar a la carretera. Recuerdo el bosque al otro lado, su misterio y sus leyendas, y el modo en que los senderos que en él se perdían se llevaban consigo nuestra imaginación, repleta de historias de lobos, de ánimas y de meigas.

Recuerdo la luz serena que iluminaba la casa por las tardes. Recuerdo las eternas sobremesas. Recuerdo bajar a la fuente a jugar con mis primos mientras mi madre y mi tía Manú recogían la mesa, mi tía Carmen, mi tía Dora y mi tía Rosario preparaban la merienda y la cena y mi abuela descansaba en la terraza. Recuerdo lo bonito que se veía el pueblo desde aquella terraza. Recuerdo las montañas y las aldeas lejanas que salpicaban sus laderas. Recuerdo la sonrisa encantadora de mi abuela.

Recuerdo el jaleo de las noches, las carcajadas, las largas charlas. Recuerdo las despedidas y los besos. Recuerdo los faros traseros de los coches alejándose por el camino y la estremecedora oscuridad en la que se desvanecían. Recuerdo a mi abuelo apagando la hoguera y los últimos minutos del día. Recuerdo la feliz escandalera en el piso de arriba.

Recuerdo la casa en calma; el silencio descansado y satisfecho de otro día de verano que se acaba. Recuerdo las confidencias con mi primo Javi hasta las tantas. Recuerdo las historias de chicas y las fanfarronadas y los planes de mañana. Recuerdo la tímida vida nocturna de la casa. Recuerdo la claridad de la luna y la enigmática forma en que envolvía el pueblo a través de la ventana.

Recuerdo todo aquello y recuerdo que quería que nunca se acabase. No soy capaz de recordar el momento exacto en el que se acabó. Eso es lo que no recuerdo.

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