Blog | Que parezca un accidente

El mejor riff de guitarra de la historia

HABÍA pasado más de una hora desde la última canción de los teloneros y Balaídos comenzaba a impacientarse. Era la típica noche del 18 de julio de 1998 y todo el calor del verano parecía haberse apoltronado sobre la ría de Vigo. Nosotros habíamos estado haciendo cola bajo el sol desde primera hora de la tarde y nos encontrábamos muy cerca del escenario. Todavía recuero el vértigo y la sensación de pequeñez que producía observar desde abajo las monumentales estructuras del decorado de la gira ‘Bridges to Babylon’.

De repente, los focos del estadio se apagaron y un destello mínimo y titilante apareció en el centro de la enorme pantalla que se alzaba sobre el escenario. De manera espontánea, los asistentes arrancaron a aplaudir y a gritar. Aquella centella diminuta comenzó a girar en espiral y hacerse cada vez más y más grande, como si se tratase de un cometa acercándose a gran velocidad hacia nosotros, hasta que por fin, cuando los nervios ya se habían apoderado del público, impactó contra la pantalla y una explosión de luz inundó el recinto coincidiendo con el poderoso crujido de la guitarra de Keith Richards, que hacía sonar el riff de (I Can’t Get No) Satisfaction de forma ostensiblemente estruendosa.

maruxaNunca olvidaré la velocidad a la que me palpitaba el corazón. Cómo me temblaban las piernas. Y las manos. Y la noche y el estadio y la vida entera. Había escuchado aquella canción en mi viejo radiocasete más veces de las que podría enumerar. Llevaba deletreando aquel riff de guitarra desde que tenía trece años. Nota a nota. Traste a traste. Mi entrada me daba derecho a ver el concierto entero, pero por mí ya se podían marchar. Aquel momento, su contundencia, el sonido de la guitarra de Richards desbordando por los muros del estadio, era más que suficiente. Apenas habían sido unos segundos, pero había durado una eternidad. Solamente con aquel riff, con aquella frase eléctrica que todavía hoy se reproduce en mi cabeza a cámara lenta, ya era el mejor concierto de toda mi vida.

Hace poco leí un artículo sobre una encuesta realizada por un programa de radio de la BBC para determinar cuál era el mejor riff de guitarra de todos los tiempos. Entre los diez primeros se encontraban el de You Really Got Me de The Kinks, el de la fantástica Layla que Eric Clapton escribió con Derek and the Dominos, el de Smoke on the Water de Deep Purple y el de Back in Black de AC/DC. El puesto número uno lo ocupaba el célebre riff de Whole Lotta Love de Led Zeppelin, resaltándose además lo mucho que había sorprendido el resultado al propio Jimmy Page, no entiendo muy bien por qué.

Allí mismo, con el mundo detenido a mis espaldas, estaba yo

Todos ellos me parecen riffs magníficos. En todos se contiene un pedacito de la historia del rock. Pero me temo que los oyentes de la BBC se equivocan. Porque el mejor riff de la historia no es el de Whole Lotta Love ni el de Back in Black ni el de Layla, sino el que Keith Richards hizo sonar en Balaídos la noche del 18 de julio de 1998 para dar inicio al concierto de los Rolling Stones en Vigo durante la gira ‘Bridges to Babylon’. Ningún otro riff se podrá comparar jamás a ese. Y la razón es muy sencilla: ése es para mí el mejor riff de guitarra de la historia porque allí mismo, con los ojos como platos y el mundo entero detenido a mis espaldas, estaba yo. Y contra eso no hay nada que hacer.

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