Blog | Que parezca un accidente

Nada

TENGO UN TÍO que es capaz de hacer cualquier cosa. es algo que se nota, especialmente, porque nunca hace nada. Siempre que en mi familia ha habido que realizar un trabajo entre varios, su función ha consistido en aparecer al final para explicarnos qué hemos hecho mal. Como los economistas. No deberías haber llevado el coche al taller, te lo podría haber arreglado yo. De haberlo sabido os ayudaba con la mudanza. Si me hubieras llamado a mí no se te estropeaba la impresora. La próxima vez avísame y te libras de la multa. Si a alguien le sale bien el arroz es a mí. Es increíble todo lo que sabe hacer para no mover un dedo jamás. Lo que, sin ninguna duda, constituye el mejor modo de seguir sabiendo hacer de todo sin que nadie pueda decir lo contrario.


Siempre he sentido admiración por la gente  que es capaz de no hacer nada. Por aquellos a los que el tiempo adelanta para siempre y no parece importarles. A mí me resulta complicadísimo. La primera vez que visité el Museo del Prado me llamó mucho la atención la figura de los vigilantes de sala, siempre inmóviles, pendientes de que nadie cometiese la torpeza de tocar alguno de los cuadros o sacarles una foto.

La primera vez que visité el Museo del Prado me llamó mucho la atención la figura de los vigilantes de sala, siempre inmóviles, pendientes de que nadie cometiese la torpeza de tocar alguno de los cuadros o sacarles una foto

El componente intimidatorio de su labor resultaba tan eficaz que a ninguno de los visitantes se le ocurría infringir las normas, por lo que su función, en definitiva, se reducía a no hacer nada. Permanecer allí era suficiente para que esa misma permanencia no fuese necesaria. Se dedicaban a ver la vida pasar. Literalmente. No imagino una tarea más agotadora que aquella que consiste en no tener nada que hacer. A todas horas. Todos los días. Para eso hay que valer. Me  consuela  pensar  que  la nada, en cualquier caso, es solo una  cuestión  de perspectiva. Lo que a algunos les parecerá algo, incluso mucho, será interpretado por otros como nada,  y al revés. Que se lo pregunten a Rául González Blanco y Manolo Lama. Al grupo Happy Mondays, por ejemplo, lo acompañaba siempre un fulano, Mark Bez Berry, cuya función era no hacer nada.

Formaba parte de la banda como un miembro más de pleno derecho, pero no tocaba ningún instrumento —salvo ocasionalmente las maracas—, ni cantaba, ni componía canciones. Solo se dedicaba a bailar en frente del grupo durante los conciertos para que la gente se contagiase de su entusiasmo, se fuese animando y todo el mundo se lo  pasase  bien.

Muchos  dirán que eso y nada es  lo  mismo. Tal  vez  nada habría  sido igual sin él. También el grupo gallego Novedades Carminha solía incorporar en sus directos a un tipo que se sentaba  en el escenario y se dedicaba a comer churras-co delante del público.


No hacía nada más que eso. Comer churrasco en una mesa y lanzar de vez en cuando los huesos a la gente. El suyo era, sin duda, el trabajo más difícil de todos. Prefiero pasar dos horas sudando la gota gorda encima de la batería que tirarme todo el concierto sentado y comiendo, no haciendo nada.

Claro que habrá quien considere que tampoco el grupo hacía mucho, y ni siquiera la gente que había acudido a verlos tocar. Y si estrechamos aún más el criterio, llega un momento en el que cuesta diferenciar qué es algo y qué es nada. Porque tal vez la nada lo abrace todo, como escribió Alejandro Lanús, y lo que creemos que es algo quizá no lo sea tanto. Quizá ser espectador de un concierto en realidad tampoco sea hacer mucho.

Ni lo sea levantarse al día siguiente y dedicar ocho o diez horas a trabajar. Alquilar una casa, decorarla a tu gusto, vivir varias décadas en ella. Darle vueltas a la idea y escribirla. Quizá nada sea nada de nada y ninguno seamos en el fondo muy distintos a aquellos vigilantes de sala, viendo la vida pasar.

Hace un par de días le comenté a mi tío de qué trataría esta columna esta semana y me dijo que la próxima vez lo avisase, que tenía varias ideas sobre el tema mucho mejores que las mías y sabría cómo encauzarla. ''Si la escribes a tu manera, al final va a parecer que no estás escribendo sobre nada'', me reprochó. Y quién sabe. Tal vez tuviese razón.

*Artículo publicado el domingo, 21 de junio de 2015, en la edición impresa.

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