Blog | Que parezca un accidente

Oporto es una librería

LA SEMANA pasada adquirí en Oporto un ejemplar de la edición de Ángel Crespo en castellano del Libro del desasosiego de Fernando Pessoa. Lo encontré en una vieja librería de lance que resiste entre edificios del siglo XVI y XVII en la Rua das Flores, en pleno casco histórico de la ciudad. En ella se pueden encontrar los más sorprendentes volúmenes antiguos, libros de segunda mano y ediciones clásicas imprescindibles. Se llama Livraria João Soares y se corresponde más o menos con lo que aquí podríamos denominar "librería anticuaria". Los portugueses tienen una palabra estupenda para esta clase de establecimientos: alfarrabistas; de alfarrábio: libro o documento antiguo (que a su vez proviene del antropónimo Al-Farābi, filósofo del Turquestán del siglo X).

Siempre que viajo a Oporto me detengo en esa librería. Primero frente a su escaparate, un espacio pequeño pero repleto de grabados, figuritas y libros desparramados por todas partes, como si alguien hubiese hecho estallar las cajas de una mudanza. Y después en su interior, en la propia alfarrabista, cuyo minucioso desorden cumple con creces lo que el escaparate promete.

Allí dentro es difícil moverse. Los libros, algunos de ellos soberbios, de encuadernaciones magníficas o tirada limitada, primeras ediciones, ejemplares autografiados y copias numeradas a mano, se apilan unos sobre otros en todos los rincones del local como en una especie de jungla literaria. Hay libros distribuidos por las estanterías de las paredes, libros amontonados sobre sillas y sobre cajas, libros desperdigados por el suelo y libros agrupados en torres inclinadas a punto de derrumbarse trágicamente sobre otro montón de libros. Poco a poco vas recorriendo los lomos de todos ellos con el dedo índice, saltando entre autores, géneros, formatos y épocas, hasta que, de repente, un título fabuloso e inesperado, olvidado hace décadas, aparece de la nada y te lanzas sobre él por puro instinto antes de que vuelva a desaparecer entre la espesura.

Decidió abrir su tienda cuando los libros ya no le cabían en casa

A veces tengo la sensación de que esa librería, la alfarrabista de don João Soares, un hombre de setenta y tres años que decidió abrir su tienda cuando los libros ya no le cabían en casa, es la perfecta metáfora de la propia ciudad de Oporto. De ese caos organizado al que le da forma. De sus esquinas pobladas de historia. De sus imponentes edificios, con su glorioso pasado a cuestas y sus cubiertas gastadas, que se apilan encima del río a punto de derrumbarse trágicamente sobre otro montón de edificios. Y de sus calles viejas y rotas, en las que uno se pierde a pie y termina recorriendo a tientas con el dedo índice sobre un mapa hasta que, de repente, un rincón fabuloso e inesperado, olvidado hace décadas, aparece de la nada.

Puede que Oporto no sea todo aquello que destaca la primera vez que uno lo visita. Puede que no sea la formidable desembocadura del Duero. Puede que no sean sus tradicionales freguesías. Puede que no sean sus costumbres, tan cercanas a las británicas, ni el puente Luis I ni las bodegas de Vila Nova de Gaia. Puede que Oporto, en realidad, sólo sea una antigua librería. Desordenada, anacrónica, impracticable y fantástica. El lugar ideal para desaparecer durante un rato. Como en la pequeña y mágica alfarrabista de la Rua das Flores.

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