Blog | Que parezca un accidente

Querido enemigo

A LO largo de la vida, uno se encuentra con muchos y diferentes enemigos. Incluso algunos aliados lo son. Al fin y al cabo, hasta un paranoico tiene enemigos verdaderos, que no es sino la forma en que Henry Kissinger reinterpretaba en su día aquel viejo y huérfano aforismo que dice que un reloj estropeado, como mínimo, da la hora bien dos veces al día.

Un enemigo es todo aquel que te hace la vida más difícil. Poco importa quién tenga razón. Puede serlo el profesor que se obstina en exigir un alto porcentaje de asistencia a clase, olvidando que tú no has ido a la universidad para perder el tiempo en la facultad. O el amigo que pretende a la misma chica que tú y encima se atreve a ser más guapo, más listo o más simpático, como si vuestra amistad no valiese nada. A veces tu peor enemigo es ese brasileño apacible que el 19 de noviembre de 2005 corre la banda izquierda del Bernabéu ninguneando a Ramos mientras Helguera y Casillas, entre jugar o ver de cerca un golazo, eligen lo segundo. Otras veces lo es un corte de pelo que nunca debió suceder, en plena adolescencia, cuando tu imagen vale más que tu vida pero tu madre se empeña en que vayas a la escuela de peluqueros porque «es más barato y lo cortan igual». Y algo siniestro en tu flequillo hace ladrar a los perros de camino al instituto y solo piensas en que ese día tu amigo, el que pretende a la misma chica que tú, es más enemigo que nunca.

Yo he sido enemigo de todos ellos y de muchos más. Del camarero que invita a la tercera copa a todo el mundo menos a ti. Del conductor de autobús que se salta tu parada, maldita sea. Del despertador olvidado y eficiente que suena cada cinco minutos en el piso de al lado. Del cigarrillo que sabe raro. De la pizza que viene sin cortar. De Will Smith en Independence Day, que asalta tu televisor seis o siete veces al año sin remedio y al final lo acabas viendo otra vez porque esa noche no ponen nada. He sido, decía, enemigo de muchos. Y lo seré de otros muchos más. Pero si he de elegir a mi némesis actual, a mi supervillano particular, hay un enemigo que destaca por encima de todos los demás: mi coche.

Es todo aquel que te hace la vida más difícil. Poco importa quién tenga la razón. He tenido y tengo muchos, pero uno destaca sobre todos


Conduzco un pequeño utilitario gris y desordenado. Tiene mal carácter, aunque siempre nos hemos llevado bien. Hubo un tiempo en que fuimos felices, sin que la cosa pasase a más, pero en los últimos meses la relación se ha enfriado. Nos acostumbramos a la rutina. A dar por sentado que el otro siempre estaría ahí. Un buen día comenzamos a ignorarnos y, de pronto, ya no nos soportamos. De la noche a la mañana comenzaron las maldades, las emboscadas, las pequeñas y terribles traiciones. Todas ellas por su parte, claro. Hasta el momento yo me he comportado como un perfecto caballero, pero la situación se ha vuelto insostenible.

Todo comenzó hace tres o cuatro semanas, cuando el muy caprichoso se negó a arrancar. Mis nociones de mecánica avanzada sirvieron al servicio de asistencia para hacerse una idea al teléfono de lo que podía suceder, y a mí «hace un ruido así, como raca-raca» opusieron un «pues llévelo al taller». El diagnóstico consistía en una avería en la bomba del agua y en la urgente necesidad de cambiar la correa de distribución. Lo asumí con naturalidad. Son dos crisis -pensé- que cualquier relación, tarde o temprano, debe atravesar. Pero los desprecios continuaron.

El siguiente sucedió poco después, viajando de Lugo a Ourense. Sabedor de lo mucho que ese día me hacía falta el tiempo, mi coche tuvo a bien conceder a su rueda delantera derecha un reventón. Sin aviso previo. Sentí una detonación en algún rincón de mi autoestima y, cuando me quise dar cuenta, estaba afeando el paisaje en el medio de un prado. De la rueda de repuesto, ni rastro. Comprendí al instante que el conflicto era inevitable. La batalla había sido planteada.

Acudí a un desguace cerca de Vigo con la firme intención de encontrar una nueva centralita. No podía permitirme seguir a merced de sus artimañas, pero sí podría convivir con lo que Mary Shelley denominaría «el horrendo huésped». El coche debió de prever la aberración, y poco antes de llegar al desguace perdió toda su potencia. No pude continuar. En el taller me dijeron que se trataba de un problema en el sensor de la temperatura, pero durante el reconocimiento detectaron una fuga de agua sobre la culata del motor que, de no subsanarse, me supondría una fortuna. Había escuchado casos de agresiones psicológicas mediante la autodestrucción, pero aquello era demasiado.

He perdido un tapacubos. Me he quedado sin batería. No sé cómo, pero de mi guantera ha desaparecido el permiso de circulación. Tengo un coche que no se preocupa nunca por la velocidad a la que circula cuando pasa frente a un radar y por su culpa, en un mes, me han llegado tres multas.

Hace unos días tenía que viajar desde Pontevedra hasta Ourense y había decidido hacerlo por la nacional. Sin embargo me despisté unos minutos y cuando volví en mí estaba llegando al puente de Rande por la AP-9. Otro vehículo había volcado unos kilómetros más adelante y me vi atrapado en una retención de casi una hora. Recordé que hace unos años, en China, se produjo un atasco de más de cien kilómetros que mantuvo a los conductores encerrados en sus coches durante once días. Pensé que sería bonito que me sucediese algo así. Once días a solas con mi coche, sin poder ir a ningún sitio, nos obligaría a forzar el entendimiento. Es tiempo más que suficiente para una hermosa reconciliación. Por desgracia habilitaron otro carril y se deshizo el embotellamiento. Dichosa Guardia Civil de Tráfico. No se puede ser más inoportuna. Por lo que a mí respecta, agentes, se han ganado ustedes un enemigo

Comentarios