Opinión

Efecto dominó

QUE UN viaducto se desplome, vano tras vano como por efecto dominó, es sumamente intrigante, tal es el derrumbe del de Castro en la A-6, pero peor sería que no se derruyese a cachos antes de recomponerlo. Y en reparar la desfeita es donde se ciñe la presumible distracción. Alguien, con ínfulas partidistas, insinuó que se tardaría un pispás si concerniese a Cataluña o a Madrid, lo cual es muy cierto. Quizá por eso la ministra del ramo rehusó mentir al no comprometer plazo de restauración, avalando que acceder a la Galicia norte, sin rémoras cavernarias, va para largo, por lo que el quebranto será prolongado y de alcance impredecible para los intereses de la comunidad, tanto en lo que atañe al movimiento de mercancías como de personas. Y que prosiga aún la confusión en cuanto a las causas, revela que la ingeniería aplicada fue rastrera, por más que pasasen veinte años desde el estreno y hubiesen desfilado ciento cincuenta millones de vehículos, lo cual obliga ahora a replantearse, además de la cimentación consistente, todas las exigencias para que no se reproduzca la chapuza. Parece una simpleza, porque las dificultades técnicas siempre existen, pero se trata de un bien esencial que exige el mayor esmero y conocimiento. No desafiemos la tragedia.

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