Opinión

Escraches

LA CADA vez más acusada agresividad verbal de los políticos aleja entendimientos razonables, los que exige la ciudadanía. Sea o no escenificada, se sustancia en sus propios intereses, anteponiendo el partidismo a la sensatez. Pero en algunos episodios también aflora el odio y la animadversión personal, no siempre fácil de discernir. Descifrándolo anduvo o anda el cabreado concejal de Seguridad de Madrid, Javier Barbero, que no sabe muy bien si el escrache desatado contra su persona por doscientos agentes locales a sus (de)ordenes reviste ojeriza o solo fue una reprensión a pelo. Y debería de saberlo, siendo como es experto en acosos parecidos a políticos de otros partidos, que situaba dentro de la libertad de expresión y que ahora son delictivos. Ocurre cuando las varas de medir no son las mismas. Por cierto, las televisiones se encargaron de refrescar la arrogante imagen del señor Barbero en uno de aquellos cercos, con catadura de saña, y puede que de odio expresado en su irritado semblante. Si la cosa no se calma, algunos acabarán exigiendo la quema de hemerotecas.

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