Opinión

Feliz con nada

NADIE SABE muy bien cómo se mide la felicidad. ¿Son más felices quienes tienen mucho, solo lo necesario o los que poseen muy poco? Oiga, pues habrá de todo. Lo que sí es evidente es que la opulencia no siempre es sinónimo de bienestar. Y la miseria, tampoco. Ahí tienen el caso de James Altucher, estrafalario empresario y escritor neoyorkino (libros de autoayuda). Fue millonario en dos ocasiones, se arruinó las dos y acabó aburriéndose. ¿Qué hizo? Deshacerse de casi todo, regalándolo, incluida su casa. ¿Qué necesitaba? Lo introdujo en una bolsa de deportes: tres pantalones, tres camisetas, dos calzoncillos, dos pares de calcetines, dos pares de zapatos, un portátil, un teléfono móvil y cuatro mil dólares en billetes de dos. No desea más. Virtud: está divorciado, tiene dos hijos que viven a su aire y duerme en sofás de amigos, que no se sabe lo que opinan. Él dice que es mucho más feliz que antes, cuando se estrujaba los sesos en sus empresas. Mirándolo así y siguiendo su ejemplo, qué sentido tiene el acopio de cosas que solo son un estorbo, que acaban complicando y avinagrando nuestra existencia. Cosa de pensárselo.

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