Opinión

Libros adorno

Ignoro si la incursión de libros electrónicos en los círculos de lectura elevó la cuota de leyentes (tal vez Jaureguizar tenga el dato), o sigue como preferido el tacto y el olor a papel. Lo que sí es evidente es que la tendencia digital arruinó la opción del libro clásico como adorno, sin más. Una librería de mil, dos mil o más volúmenes cabe en un bolsillo. Cuenta Andrés Trapiello que, abandonada su casa leonesa, huyendo de su padre y apurando la adolescencia, lo primero que hizo al llegar a Madrid, para no morir de hambre, fue intentar la venta de libros. Pero su olfato comercial se tornó desolador, hasta que una tarde, aburrido por el fracaso, decidió abordar a tres o cuatro pijos engominados, sentados en una terraza de Goya. Vano intento como suponía, pero uno de ellos le indicó que podía, de su parte, visitar a su madre en Serrano, pues estaba reuniendo volúmenes para decorar el piso de su hija casadera. Trapiello fue puntual y la notable dama, junto a la novia, mostró en efecto interés. Cuando el futuro escritor leonés quiso clarificar el pedido, la mujer fue tajante. "Quiero todo lo que lleva en los catálogos", operación que dejó aturdido no solo al inseguro vendedor sino también a la distribuidora, cuya intención era prescindir de su servicio. No lo hizo

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