Opinión

Morir de asco

La hambruna es la lacra más dolorosa que golpea a la humanidad. Según el último informe de la Onu, más de 820 millones de personas la padecen, lo que viene a ser una de cada nueve; y como consecuencia, cada día fallecen por este motivo 24.000, de las que el setenta y cinco por ciento son niños, unos 18.000, menores de cinco años. Para la mayoría de quienes lo vemos de refilón, el problema se desmigaja en cifras. Nos distraemos en chuminadas, discutiendo si son galgos o podencos, en vez de intentar resolverlo. Pero la falta de alimentos no es la única carencia vital. También se muere de asco, y no es ninguna inocentada. No hace nada se celebró el Día Mundial del Saneamiento, que habrá servido de poco, pero sí al menos para saber que más de la mitad de la población mundial, unos 4.200 millones de personas, no disponen de retretes en sus casas o no tienen sistemas de depuración deficientes. Carencia que causa numerosas enfermedades: gusanos intestinales, tracoma o esquistosomiasis, infección del sistema venoso producida por un parásito endémico que produce casi medio millón de muertes anuales por diarrea. Y la ciencia, empeñada en colonizar Marte o en dotarnos de avances prescindibles antes que calmar estómagos o sanear vertederos.

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