Opinión

Ocaso rural

EL CAMPO, de lo que es la España y, por ende, la Galicia rural, solo se salva del desmorone lo que concierne a la Naturaleza. El encanto paisajístico, la orografía, no admite interferencias. En lo que depende de la mano del hombre, la sangría del decaimiento no se detiene. La principal consecuencia del ocaso es sin duda la deserción de jóvenes que abandonan el terruño por carecer de futuro en la agricultura, en la ganadería o en cualquier otra opción rural. Oteando el incierto futuro, renuncian a emprender iniciativas que debieran contribuir a la reconducción positiva del desastre, que culmina con el abandono sistemático de nuestras aldeas. Se van y ya no vuelven. Un dato bien significativo, que retrata perfectamente la orientación, lo refleja la Política Agraria Común: solo el 0,55 de los perceptores españoles de ayudas europeas tienen menos de 25 años, un porcentaje sin duda irrelevante dentro del conjunto. Por el contrario, los perceptores de más 65, jubilados, significan el 38,8 por ciento. Así se explica que casi el cincuenta por ciento de las pequeñas poblaciones se hallen en riesgo de extinción. En muchas de ellas hay menos de cien habitantes.

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