Opinión

Pablo Ibar

SI LA PENA de muerte es un despropósito, aplicarla en base a la sospecha, con la duda como prueba, es un auténtico disparate, una monstruosidad sin paliativos. Pablo Ibar, el español condenado de nuevo en Florida por un triple crimen que se le atribuye, desde hace un cuarto de siglo, puede ser o no el autor, a deducir por el vídeo en que se basa la acusación. Mantenerlo 24 años encerrado y 16 en el corredor de la muerte, hasta la anulación de la primera condena a morir, carece de todo sentido; y volver a inculparle, todavía sin saber si va a enfrentarse a la cadena perpetua o a la silla eléctrica, más todavía, valiéndose de la débil presunción que utiliza el jurado para incriminarle.

Como bien apunta Nacho Carretero, en el libro que escribió sobre la triste y larga crucifixión del sobrino de Urtain, "esta es la historia de un hombre que sin una sola prueba física que le incrimine, un solo experto en fisonomía que le reconozca y ni un solo testigo que lo identifique, lleva más tiempo encarcelado que libre". Y por las trazas, su libertad es un sueño con escasos visos de alcanzarse. ¿Cuál es la conciencia de quienes le inculpan una y otra vez amparándose en suposiciones tan inconsistentes?

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