Opinión

Tapeando

CABE suponer que el debate sobre la gratuidad de las tapas en los bares es para reafirmar una tradición, tan nuestra y tan peculiar, pero también podría significar el arranque de una innovación, la de instaurar la peculiaridad de pago, como es norma generalizada en otros lugares. Puede que sea una exageración decir, como apuntó alguien, que si no das tapa, "en esta ciudad te mueres", pero erradicar la costumbre supone una dificultad poco menos que inabordable, cobrando por algo que ahora no es de pago. Hay que entender que la clientela de los bares, en general, lo consideran poco menos que un derecho adquirido, adicionado a la consumición, y cobrarlo por demás podría ser rechazado. No ha obviarse que quienes acuden a un determinado establecimiento para chatear, suelen hacerlo atraídos por el señuelo del pincho, y si se los defrauda, pueden dejar de ir o dirigirse a la competencia, aunque parece impensable que no se mantenga la unidad entre los hosteleros, porque si unos deciden seguir como hasta ahora y otros no, el resultado está a la vista para los que rompan la regla. Lo que sí parece razonable y lógico, como apuntan algunos profesionales del sector, es cobrar por los bocados elaborados, que excedan en tamaño y en preparación a los habituales.

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