Opinión

Dedicatorias

UNO DE los vicios más inexplicables de los muchos que acaban apoderándose de la voluntad de los seres humanos es la compulsión por pedirles a los escritores que nos firmen sus libros. A los pobres escritores no les llega con haberse estrujado el cerebro y haber conseguido editar el jugo de ese estrujamiento que aún tienen que dejarse las últimas gotas discurriendo una frase simpática, ingeniosa, sentida o todo eso a la vez, y dejarla manuscrita y firmada. Estamos ante un abuso en toda regla: el escritor se siente obligado a empuñar el bolígrafo cuando le tienden un ejemplar de su libro y el comprador parece ejercer su derecho a llevarse un último trozo del alma del escritor y de su puño y letra.

Los lectores somos una raza muy falsa. Nos ponemos en fila para arrebatar de los autores unos segundos de atención y una frase que inmediatamente leemos con avidez, como si en la dedicatoria fuésemos a hallar un oráculo que resolviese nuestras dudas existenciales o la solución para que el arroz nos quede más suelto. La mayoría de las veces el probo escritor ha puesto "A Fulanito, con cariño" porque con eso miente muy poco: como mucho en lo del cariño.

La mayoría de las veces el probo escritor ha puesto "A Fulanito, con cariño" porque con eso miente muy poco: como mucho en lo del cariño.

Los escritores somos una raza muy falsa. Esperamos que se acerquen los lectores blandiendo los ejemplares de nuestro libro como si fuesen armas blancas y deseando secretamente que todos los bolígrafos del lugar se hayan quedado subitamente sin tinta. Escribimos rapidamente una frase que no puede ser vulgar ni retorcida sino amable, pero no noña, gené- rica pero también personalizada, inteligente pero no enigmática, certera pero sin desvelar nada... al finalizar el protocolario acto los escritores tienen el encéfalo como una uva pasa y han de entregarse a la bebida. Catulo, Ovidio, Baudelarie, Rabelais, Rimbaud, Verlaine, Durrell, Dylan Thomas, Bukovski, Carver, Burroughs, Dostoievsky, Hemingway, Poe, Cheever, Duras, Kerouac, Lowry, Capote, Tenesse Williams, Rulfo, Onetti, Benet, Barral, García Hortelano, Bryce Echenique, Carpentier, Steinbeck, Sexton, Scott Fitzgerald, Faulkner, Gingsberg, Green, O’Neill, Hunter S. Thompson, Chandler... hicieron buenas migas con el alcohol y estoy por apostar que fue por culpa de las dedicatorias. Joyce también le daba a la botella, pero no cuenta porque era irlandés.

Después tenemos las dedicatorias que los propios escritores hacen imprimir justo antes de empezar el libro, para asegurarse de que todo el mundo las va a leer. A veces se pasan más tiempo pensando estas palabras (y no digamos si incluyen citas) que escribiendo el propio libro. Son textos que reflejan la condición narcisista del oficio y pueden ofrecer cosas tan interesantes como lo que escribió Tobías Wolf para Vida de este chico: "Mi primer padrastro solía decir que con lo que no sé se podría llenar un libro. Aquí está". O tan hermosas como "Para mi hermana Anita, que rodó las escaleras con su primer vestido de noche, y se reía, sentada en el rellano", de Carmen Martín Gaite en Entre visillos. Aunque más de una vez el escritor, lejos de ofrecer la dedicatoria como un presente, la empu- ña como arma arrojadiza. Como Cela, cambiando en 1973 la dedicatoria de La familia de Pascual Duarte (con la que antes había sido agraciado el dramaturgo Víctor Ruíz Iriarte) por un "Dedico esta edición a mis enemigos, que tanto me han ayudado en mi carrera". O el poeta E.E.Cummings cuya colección 70 Poemas fue desestimada por varias editoriales. Tras pedir prestados 300 dólares a su madre, publicó el libro con el título de No gracias y escribió en la dedicatoria el nombre de las 14 editoriales que lo habían rechazado. Para más inri, dispuso esos nombres de modo que formaran la figura de una urna funeraria.

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