Opinión

Despertadores

LOS DESPERTADORES forman parte del ajuar casero dentro de la categoría de cacharros inútiles. Lo explicamos: resultan indispensables para generar una rutina de sueño ya que se encargan de interrumpir este siempre a la misma hora, pero una vez que el cuerpo se habitúa a esa rutina ya no son necesarios. De hecho, en la mayoría de las ocasiones los apagamos antes de que suene la alarma por lo que, salvo que lo hagamos aún dormidos, quiere decir que nuestro organismo ya ha aprendido a qué hora queremos que se despierte.

Un buen despertador es un objeto robusto que produce un ruido del demonio y que insiste en hacerlo por mucho que lo apaguemos. Son los despertadores recalcitrantes: su alarma se pone una y otra vez en marcha y casi hay que sacarles la pila o desenchufarlos de la red para que se callen.

Si hay algo imprescindible para levantarse por las mañanas es la voluntad de hacerlo. Si no existe, no hay despertador que la produzca de la nada

No hay malos despertadores sino pésimos madrugadores. En un hipotético pulso entre un despertador de última generación y un durmiente a la antigua, ganará siempre este porque la necesidad de sueño del ser humano está escrita en su ADN mientras que el propósito del despertador es una función de su software. Y además, siempre hay una ventana a mano.

Todos hemos llegado alguna vez tarde al trabajo porque durante la noche se produjo un corte de luz y el aparatejo no dio el aviso a su hora. O porque se quedó sin batería durante la noche. O porque lo apagamos en sueños y seguimos durmiendo. O porque había demasiado tráfico, aunque esto es harina de otro costal. En todo caso, echarle la culpa de nuestra impuntualidad al despertador es todo un clásico.

Cuando pensamos en despertadores, no sé ustedes, pero a servidor se le aparece Bill Murray apagando una y otra vez un aparato que lo espabila con os acordes del I got you babe de Sonny & Cher en la película Groundhog Day (El día de la marmota), que aquí se tituló Atrapado en el tiempo (título mucho más penoso que el original). Acaba odiando aquel radio despertador que lo devuelve siempre al mismo día, a las 6 de la mañana. Se vendieron camisetas con una imagen de ese modelo de radio y la leyenda Hoy es mañana.

La universidad de Cambridge que seguramente no solo no tiene mejores cosas que hacer sino que tampoco se esfuerza por encontrarlas, ha elaborado un ranking de las 20 mejores canciones para despertarse. Vigor ascendente, positividad y un tempo elevado han sido los criterios buscados en los temas musicales. La lista la encabeza un grupo inglés, por supuesto, concretamente Coldplay, con su Viva la vida. La elevada cifra de detractores de la banda londinense, la mayoría de los cualés pasaron de la filia a la fobia conforme aumentaba la popularidad del grupo y menguaba la calidad de sus discos, seguramente se entregarían a los antidepresivos con zumo de naranja para superar semejante forma de comenzar el día. Los estudiosos de Cambrige incluyen en su lista Wake up de Arcade Fire o el mítico Walking on sunshine de Katrina & the Waves. Si uno no se anima escuchando Walking on sunshine, ya puede dar el día por perdido, la verdad.

Con todo lo dicho: si hay algo imprescindible para levantarse por las mañanas es la voluntad de hacerlo. Si no existe, no hay despertador que la produzca de la nada. En realidad el despertador es la excusa que nos fabricamos para explicar por qué nos hemos levantado un día más a una hora en la que nos apetecía mucho más quedarnos en cama. Enmascara nuestra sumisión a una forma de vida que nos impone horarios, que compra nuestro tiempo porque estamos más que dispuestos a venderlo. El despertador es un chivo expiatorio de nuestra mala conciencia de piezas de un engranaje. Por tanto, rectificamos lo afirmado más arriba para concluir que es un artilugio mucho más que necesario. Imprescindible.

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