Blog | Balas de fogueo

Escribir sobre nada

Soy muy partidario de escribir textos sobre la escritura de textos. Furibundo partidario, diría yo. Es que no escribiría sobre otra cosa, fíjate. No para explicarme, o al menos no solo para explicarme, sino para descubrir el por qué de las cosas. Llegar al punto final y tener ante ti a todos los soldados heridos, a todas tus tropas derrotadas o cautivas, a tus generales apresados y a la infantería degollada, mutilada y, principalmente, fenecida. Así imagino una radiografía de los textos sobre escribir textos: una escabechina, un campo de batalla lúgubre y desprovisto de gloria. El horror, el horror.

Es fundamental, en los tiempos que corren, escribir sobre nada. Lo he dicho más de una vez: hacer como en Seinfeld, que se pasaron un capítulo explicando cómo escribir una serie que iba sobre nada en particular (que es el argumento de Seinfeld). El razonamiento es que la vida ya se complica lo suficiente ella sola como para que nosotros añadamos leña al fuego. Ya uno se rompe bastante la cabeza a lo largo del día como para ponernos a exprimir la sesera con un artículo de prensa. La opinión está sobrevalorada, sobre todo la opinión de los demás.

Y es muy presuntuoso pretender que el mundo necesita de una opinión más, por reveladora que la lleguemos a considerar. En todo caso, opinar sobre nada en concreto o sobre nada especialmente relevante o sobre algo a todas luces irrelevante, es el mejor servicio que se le puede hacer a la ciudadanía. La ciudadanía es mucho de agradecer los servicios prestados, los agradecen para adentro, vale, pero no se viene aquí para conseguir un puesto entre los opinadores de cabecera del reino y menos aún para ser aclamado por ello.

Porque esto es un reino, ojo, no se nos olvide. Arriba de todo está un señor que ha sido puesto ahí por ser hijo de otro señor que fue puesto ahí por uno que consiguió el poder por la fuerza de las armas. El contexto es siempre relevante. Esto es lo maravilloso de escribir sobre nada: que termina uno hablando de todo.

La minuciosa contemplación de la realidad circundante para su posterior digestión y ulterior asimilación de modo que produzca finalmente algún tipo de reflexión susceptible de ser elaborada por escrito y publicada en un medio de comunicación es algo tan aburrido como el párrafo que se acaban de merendar. No me digan. Ojo, no es que yo tenga nada, salvo la discrepancia pura y dura, contra quienes defienden esa otra forma de hacer las cosas. Cada cual debe ser fiel a su percepción, su instinto, su conciencia o todo eso a la vez. Entre bomberos no nos vamos a pisar las mangueras, dicen por ahí. Aunque pensándolo bien, le podemos dar la vuelta a la tortilla.

Es decir, no seamos radicales. Hay que reconocer que si casi todo el mundo escribe sobre algo, aunque ese algo sea siempre lo mismo (como Umbral, que escribía siempre sobre sí mismo) y eso tiene que ser por algo. De hecho, es tan defendible este punto de vista como el anterior (si no más). Y servidor ha escrito unas cuantas veces sobre algo en concreto. Un poco difuso, un tanto evanescente, con un aquel de nebuloso, vale; pero se podían seguir entre líneas unas miguitas en plan Pulgarcito que condujesen hacia el título.

Es más, me veo capaz de defender la tesis de escribir sobre cosas distintas al hecho de escribir con la misma intensidad o con mayor intensidad. Ponerse intensos es cuestión de propósito más que de otro motivo. Con lo cual pudiese parecer que nos movemos en la indefinición o en la ambigüedad (y no se sabe qué es peor entre ambas), pero no es así.

Es sumamente sencillo alcanzar una síntesis entre ambos pareceres, hasta alguien como yo (que se mueve como pez en el agua en la impresición) puede lograrlo. Se trata de conceder que cada cual escriba sobre lo que le venga en gana ¿Quiénes somos para juzgar las motivaciones de los demás, aunque nos dediquemos en cuerpo y alma a ello cada día? Si la mayoría de las veces no se hace más que repetir cosas ya dichas. Hacerle creer a los demás que las leen por primera vez: en eso consiste el arte de escribir. O al menos eso dijo el poeta y Nobel griego Odysséas Elýtis, a mi no me echen la culpa.

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