Opinión

Feira Franca revisited

LA FEIRA Franca consiste, básicamente, en deambular por Pontevedra adelante vestido de sabe Dios qué y con el móvil y las llaves de casa meditos en un ridículo bolsito de tela. Y sentarse a disfrutar de un sablazo de aúpa por una comida mucho más abundante de lo que puede soportar cualquier estómago normal y cuya ingestión se prolonga durante más horas de las que recomendaría un facultativo en sus cabales. Para después, en lugar de la siesta de rigor, levantarse con el único fin de seguir errando cual zombi medieval (y somnoliento) de un lugar para otro, tropezándote con otros y otras como tú en cuyos ojos se puede leer vuestro común y aciago destino. Con múltiples paradas en otros tantos establecimientos para sofocar una sed inexistente con bebidas alcohólicas que estás muy lejos de desear pero que se despachan como parte de un guión que algún ser desconsiderado ha dejado escrito en el ambiente y que tú acatas porque formas parte de ellos, del guión y del ambiente. Chupitos, cervezas, gintonics, cubatas, vinos, cañas, etc muy poco medievales, que vienen a probar de modo empírico cómo el cuerpo humano da mucho más de si de lo con un simple vistazo al espejo podría uno imaginarse.

Esta última juerga del verano no nos la perdemos, aunque para ello haga falta vestirse de mamarracho, comer un menú establecido de antemano y beber como si fuese el último día en la tierra.

Los pontevedreses nos hemos tomado esta fiesta tan en serio que ahora estamos secuestrados por su éxito y, pese a que nos aburrimos como ostras porque conocemos al dedillo cada uno de sus detalles, nos vemos obligados a participar para mantener su leyenda, que es la nuestra. Gentes de todos los lugares del universo han empezado a acudir a esta celebración con el fin de contemplar con sus propios ojos cómo una ciudad, incluyendo sus habitantes, se transforma de pies a cabeza, tras dejar el sentido común y la vergüenza encerrados bajo llave para entregarse a un rito sin más sentido que extender la sensación estival de que la vida es una tómbola, ton, ton, tómbola.

Los pontevedreses nos hemos tomado esta fiesta tan en serio que ahora estamos secuestrados por su éxito y, pese a que nos aburrimos como ostras porque conocemos al dedillo cada uno de sus detalles, nos vemos obligados a participar para mantener su leyenda, que es la nuestra

Si uno se lo piensa dos veces, que al final todo se reduce a eso, a que entramos a todos los trapos sin la más mínima reflexión, la FF se resume con poca cosa. Por encima del transporte do viño, a danza, os pasarrúas, a cetraría, etc, la FF se queda en el disfraz de chepudo de Rafa Córdoba y poco más. Y cuando Rafa está enfermo o de viaje, solo poco más.

Con todo, hay que ver la cantidad de experiencias metafísicas y físicamente impredecibles que se llegan a vivir en FF. Como la transformación del cuerpo humano en un imán, que digo, en un agujero negro de choripanes, a eso de las siete de la tarde. Como si no hubieses estado comiendo como un descosido durante tres o cuatro horas y con un par de visitas al cuarto de baño como único gasto energético (además del causado por la propia digestión). Los puestos de choripanes se convierten las tardes de FF en oasis calóricos cuya demanda podría tener a los científicos entretenidos durante un cuarto de siglo antes de hallarle una explicación. Y aún así terminarían justificando con cualquier chorrada. Como el hambre o algo así.

Luego está lo de la gente apelotonada, año tras año, para abarrotar las gradas de la plaza de toros (y de paso servir de coartada al Concello para subvencionar la feria taurina) durante el torneo medieval. Esto es un enigma fuera ya del alcance de cualquier estudio, terrestre o extraterrestre. Hay cosas que tienen explicación y otras que tampoco. Lo del torneo medieval convertiría a Iker Jiménez en pasto de psiquiatras y conduciría ipso-facto a la cancelación de su programa (con lo que ganaríamos todos). No estaría mal, en lugar de la emisión de Cuarto milenio, divulgar imágenes de la FF pontevedresa para regocijo de los telespectadores y de los fabricantes y distribuidores de neurolépticos, ansiolíticos y antidepresivos (cuya demanda aumentaría exponencialmente).

Y, por fin, está algo que a cualquier persona sensible le tiene que dejar sumido en una angustia abrumadora. Y es el deseo de averiguar qué habría pasado si la exitosa FF, en lugar de haber nacido en Pontevedra, lo hubiese hecho en Vigo. Durante el mandato de Abel Caballero, claro.

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