Opinión

Ideas peregrinas

 

ME ABALANZO sobre estas líneas sin conseguir deshacerme de un pensamiento que martillea mi cráneo tras superar la escasa oposición del cerebro. Tiene toda la pinta de que va a terminar transformándose en una lideira, que es como se deberían llamar estas cosas también en castellano.

Se trata de la idea, o lo que fuere, de que sería maravilloso que las elecciones coincidiesen con el carnaval. ¿O no? Que nos dejasen ir a votar disfrazados de Peppa Pig, de Villarejo, de Freddie Mercury o de estatua defenestrada del loro Ravachol. Si usted recapacita un poco, sin pasarse, hacer coincidir una carnavalada como el Carnaval con una cosa como las votaciones, a las que somos regularmente convocados cuando se considera conveniente según intereses que normalmente somos capaces de adivinar sin mucho esfuerzo, acaba produciendo una sensación de redundancia.

Las peleas internas en los partidos políticos suelen estar abonadas por la manía de mantener la democracia viva puertas adentro, organizando primarias y esas cosas

En Marzo tendremos carnaval y en Mayo elecciones. Las más recientes, en territorio andaluz, han arrojado resultados novedosos. También han arrojado a Susana Díaz al frío patio de la oposición, desde donde dice que seguirá al frente de su partido aunque sea al pie de una catalítica, dispuesta a platarle cara a Pedro Sánchez, quiero decir, a la alianza de las derechas. También han arrojado a Vox a la arena política de verdad, la que requiere actas de representación parlamentaria para ejercer lo que rayos sea que va a ejercer ese partido. De momento, va a centrar al PP y a poner a Ciudadanos casi en la izquierda, con lo que Unidos Podemos (el nombre empieza a dar risa después de lo de Errejón) se situará en plena extrema izquierda. El PSOE, un pie aquí y otro allá, por un lado xa sabes e polo outro que queres que che diga. Es lo que pasa cuando llega uno nuevo, ocupa un rincón bien alejado del centro y da un codazo al de al lado que mueve al resto de parroquianos. O al menos es el efecto que se produce en el imaginario colectivo, porque en tu cabeza tienes que situar a esta peña en algún sitio. Puede ser injusto y llevar a falsas conclusiones, pero nos gusta el orden y las cosas en su sitio, sino aún habitaríamos en cuevas.

La gran noticia política, sea leída en clave carnavalesca, con gafas de aumento, analizada al microscopio o contemplada con el escepticismo que caracteriza al españolito medio (y al resto), es la enésima chispa que amenaza con destruir Podemos igual que en 1966 ardió Londres por los cuatro costados. Uno empieza a sospechar del verdadero origen subliminal de la palabra partido. Dícese de lo que está en cachos.

Parece ser que un tal Burke, británico, comenzó a usar el término partido en el siglo XVIII para separarlo del concepto de facción, al observar que los intereses de esta suelen ser egoístas y sectoriales mientras que el partido político lucha por el bien de todos los habitantes de una comunidad. El caso es que el tal Burke no pensó en que se podían combinar sin problema ambos espectros de intereses, el egoísta y el social, que es lo que estamos acostumbrados a ver.

Las peleas internas en los partidos políticos suelen estar abonadas por la manía de mantener la democracia viva puertas adentro, organizando primarias y esas cosas. Como si la democracia no fuese un producto muy volátil que hay que administrar en pequeñas dosis, basicamente a los de afuera. Lo que interesa para mantener la unidad es la mano de hierro y el prietas las filas. Hay partidos que han entendido esto y lo han aplicado durante décadas, sin rubor alguno, y otros que se han arrepentido de esos ataques de democracia interna y luego chimpado al elegido por la ventana.

Todo el mundo es muy demócrata hasta que el serlo empieza a dar problemas.

Por ejemplo, recuerdo perfectamente el día en que se me murió el ordenador. Entre otras cosas porque ocurrió hace un rato. Está la opción de reunirme con las altas esferas familiares y, tras explicar a mi señora el luctuoso suceso, plantear una votación para destinar una parte del presupuesto a la adquisición de otro artefacto, o directamente ir mañana a la tienda para encargar el entierro y un modelo nuevo. Espero que tengan tan claro que he tirado de ironía para hablar de la democracia interna de los partidos como que en el asunto de mi ordenador voy a hacer lo más conveniente.

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