Opinión

Inspiraciones y aberraciones

A VECES no sabe uno sobre qué escribir. “A veces” equivale a veces a una cantidad desorbitada. Entonces se busca inspiración en las noticias del día, de cualquier día, y eso acaba provocando intensas cefaleas, palpitaciones sospechosas, insomnio y estreñimiento. Eso es lo que producimos los seres humanos cuando nos ponemos a gestionar la vida propia y la ajena, que es a lo que solemos dedicarnos un día sí y otro también. Y luego están los pequeños incovenientes cotidianos que generan un cabreo de baja intensidad, una molestia que va creciendo cuando se prolonga en el tiempo. Les pongo un ejemplo muy fresco: desde que comencé a escribir (o lo que sea) este texto, no consigo ver en la pantalla el cursor que indica por dónde lo estoy haciendo. Todo lo demás está bien, pero el cursor de las narices ha tomado las de Villadiego. Es extraño y por tanto fastidia. Escribes sin saber dónde estás, en qué lugar del espacio en blanco caerá la siguiente letra. Es como si salieses a la calles y en lugar de delante de tu casa, aparecieses en la Michelena, sin venir a cuento. Ese vértigo que produce no tenerlo todo controlado. Como cuando lees en un titular que los EEUU han bombardeado Siria. Claro que antes las agencias de prensa han divulgado la tremenda fotografía de un padre sirio abrazado a sus gemelos muertos por armas químicas. En ese mismo día había perdido a su esposa, dos hermanos y tres sobrinos. Casi cien personas habían muerto en el ataque a su pueblo. Es tan horroroso todo, tan aberrante, tan de mandar parar el mundo para bajarse (como quería hacer el gran Quino) que uno se queda sin fuerzas, buscando formularios online para dimitir como ser humano. Y da igual que intentes informarte para tomar partido y suministrar a tu conciencia el sedante de una cierta lógica, unas dosis de raciocionio: la barbaridad no está apuntada a ningún bando. Lo único sensato es volver a tu cubículo vital, a tu trozo de tierra que cada día has de arar, sembar y regar para que produzca algo que no sea odio, rencor, envidia u otras hierbas semejantes. Rastrojos que se ven aquí y allá, cuando te cruzas con gente descuidada, que se ha dejado llevar por la corriente, río abajo de sí mismos. Devotos de espejos y dependientes de otros, que los juzguen y aprueben.

Se me empiezan a acumular las metáforas y creo que me van a devorar. No hay nada tan peligroso como que te engulla una metáfora y toda tu existencia se convierta en un tropo: en una construcción que solo tiene un sentido figurado, en lugar de uno propio, personal.

Echar a correr cuando a uno le persiguen las metáforas o colgar educadamente el teléfono cuando lo acosa una compañía eléctrica, o de seguros, o de lo que sea, son destrezas que conviene desarrollar desde edades tempranas. A nuestros hijos hay que enseñarles a jugar al escondite, que los juegos del mundo digital los van a aprender ellos solos. Y nos tienen que ver a nosotros sorteando las trampas de vez en cuando, no siempre cayendo en ellas y apuntando números en rojo. El problema no es tanto consumir (de lo que no podemos librarnos) sino el deseo insaciable de seguir haciéndolo.

Ya ni sé que estaba diciendo, qué estaba contando, si les habrá aprovechado de algo lo que se me ha ocurrido en este rato en que no se me ocurría nada sobre qué escribir...

Comentarios